6/6/24

348. Del suicidio con pistola

    Para acometerlo con éxito de una sola vez, conviene seguir algunas directrices. 

    Revise su arma para evitar posibles problemas de encasquillamiento. Haga lo mismo con el cargador y asegúrese de que al menos haya una bala y que, por consiguiente, no tenga oportunidad de un segundo disparo.

   Aunque sea menos poético que un tiro en la sien o en el corazón, apunte su pistola al paladar. Respire hondo dos o tres veces tomándose el tiempo necesario para ello. Piense que si todo va bien son sus últimas bocanadas.

   Si deja alguna nota aclaratoria, que sea lejos de usted, pues las salpicaduras de sangre y los trocitos de masa encefálica dificultarán la lectura post mortem.

   Con firmeza y convicción, coja la pistola con las dos manos, ya que pueden aparecer temblores antes de la consecución del acto, y no queremos dejar margen para el error.

    Llegado el momento crucial, puede que su instinto de supervivencia intente sobreponerse y usted quiera reconsiderar su intención. No lo haga y convénzase, más que nunca, que la vida es tan solo un preámbulo, una tensa espera, una pérdida de tiempo.

    Y apriete el gatillo.




    P.S.: Aplicar la misma lógica imparcial para el suicidio con soga y arma blanca.

3/6/24

347. El viejo sepulturero

    Nadie sabe con exactitud la edad del viejo sepulturero. Incluso él ha perdido la cuenta de sus años cumplidos. También se dice que ha enterrado a gente muy, muy vieja. A pesar de ello, el viejo sepulturero no es más aliado de la muerte que las heladas invernales, los desastres naturales, la desigualdad de la geoeconomía y la sequía y hambruna globales.

    El fuego incinerador y la madera de los ataúdes —cara o barata—, tampoco son más cómplices de la muerte que la desesperanza, las estrategias esclavizantes del mercado o el futuro anhelado que nunca llega. Ni siquiera el diablo es más coautor del fin de la vida que los misiles inteligentes, las decisiones del imperio y la violencia de esas odiosas criaturas bípedas que pueblan el planeta.

    Incluso la fecha de caducidad que señala nuestro último viaje, tiene menos culpa que ese dios que no te salva, que nunca llega y desoye los ruegos. Tanto es así, que el viejo sepulturero ha presenciado el paso de los siglos y de mil y un cadáveres. Podría jurar, no en vano y desde los cuatro eones de la historia de la Tierra, que en el destino inevitable de morirse, la muerte como tal siempre es la única inocente.



30/5/24

346. Tú sigue

    Tú sigue que es gratis e indoloro. Sigue hasta que te canses si es que tal día llega. Tú sigue incluso si algún día es con mala intención, que tanto da. Tú sigue creyendo que sabes de mis defectos y virtudes, y de mis prejuicios y pensamientos. Tú sigue explicándome, con la mejor de las intenciones, cómo tengo que vivir y sentir. Tú sigue creyendo que me conoces por el simple hecho de haber leído todas y cada una de las entradas de mi blog. Aunque ya te digo y te aseguro que no estás ni a cinco minutos de saber cómo soy. 

    Pero tú sigue haciendo el pingüino, que nos divertimos y entretenemos. 



27/5/24

345. El audio del Rulo

    Rulo es un tipo un tanto odioso e irritante. Yo, que lo conozco de  toda la vida, sé que también es una buena persona cuando el momento lo exige, y de las pocas que me hacen reír. El otro día me envió un audio de Whatsapp. Decía así:

    Eh, qué pasa, Cabroni, aquí el Rulo, el tío que es más cabrón que tú sin entrenarse, jajajaja. Bueno, a ver si algún día compartes en tu muro de Facebook mis enseñanzas financieras de cómo ganar pasta sin currar ni robar. Sí, has oído bien, cabronazo.

    También me gustaría que compartieras las experiencias que he vivido con todas esas mujeres que van de sobradas por la vida. Ya sabes, esas flipadas que se creen diosas cuando salen de la peluquería, y resulta que se visten con ropa del Wish y se rocían perfumes de tres euros, jajajaja. Se les olvida que son unas simples cajeras de supermercado, que chillan como verduleras y caminan como un pato mareado cuando llevan tacones, jajajaja.

    Oye, el otro día te vi con el Mali en la terraza del bar del Óscar, y me acordé de cuando le vendió el Seat León a aquel moro que traficaba costo. ¿Te acuerdas? El verano aquel que estábamos en Castelldefels. Toda la pasta que sacó se la gastó en drogas y zorras, y ni siquiera se dignó a invitarnos a un mojito, el muy hijo de puta. Por cierto, seguro que no habrás votado a Vox en las elecciones, eh, cabrón, jajajaja.

    Bueno, Cabroni, a ver si quedamos y nos vamos a comer algo a un chino, por ejemplo. Que me han dicho que te estás quedando "pillao" con tanto concierto. Ah, pero que no venga el Mali, eh, que me tiene hasta los cojones con sus putas historias de cuando era picoleto. 

    Pues nada, nene, ya me dirás algo. Venga, que te folle un pez rata y viva la derecha española, jajajaja.



23/5/24

344. Geococcyx californianus vs Canis latrans

    Aunque parezca mentira, por fin se hizo justicia en este mundo injusto. Después de tantas trampas fallidas, de multitud de explosiones y un sinfín de caídas a gran altura, con perseverancia, llegó la merecida victoria.



20/5/24

343. La chispa

    Hurgando en el fondo del cajón de los cacharros olvidados, además de mi colección inacabada de esporas, moho y hongos, encontré unos audífonos inalámbricos que no sabía que tenía. De modo que me los coloqué, salí de mi colmena móvil en ristre, y empecé a caminar por la calle gris bajo la bruma celeste de contaminación. 

    La canción de Callejón comenzó a sonar y se adueñó de mí desde el primer segundo, y me deje llevar como Gene Kelly en 1952, aunque sin lluvia pero multiplicado por seis. De modo que siempre hacia adelante, bien de frente, de lado o girando sobre mí mismo, durante cuatro minutos y once segundos hice mío el mobiliario urbano, mientras me prodigaba en una serie de aspavientos variados y desconcertantes, propios de un poseso.

    La canción así lo requería, pues ya se sabe que la música, según se mire, saca lo mejor y peor de cada uno. Así que si tenía que gritar, gritaba. Si tenía que patalear o revolcarme por la acera, lo mismo; y si para compartir la energía que la canción me producía tenía que zarandear a cualquiera que se me cruzara al paso, también. Y todo eso, claro está, con la mueca grotesca correspondiente. 

    Incluso en el minuto 2,54 fue de rigor que rapeara con la gesticulación adecuada.

    La canción finalizó como pasa con todo un día u otro, y con ella el histriónico espectáculo que brindé a los viandantes cercanos, los cuales no eran más que un conjunto de caras oscilantes entre el pasmo, el horror y el divertimiento. A pesar de ser hora punta, ninguno de ellos se contagió de mi entusiasmo, ni cedió a su locura interior por inofensiva que fuera; apenas parecían estar vivos más allá de sus auras moribundas. 

    No pude más que pensar que el enemigo había conseguido arrebatarles la chispa y adormecerlos por completo. 



16/5/24

342. Tentaciones

    Seguro que a Oscar Wilde no le pasó, pero yo ando reñido con mis tentaciones desde que tengo uso de razón. Solo con sucumbir a una de ellas —muchas y diferentes— bastaría para arruinar mi vida entera y la de otras personas. Más que nada porque incurriría en algún delito grave y es algo que no me puedo permitir.

    Tampoco es cuestión de enumerarlas, puesto que no quiero alarmar a nadie. Aunque hoy en día ya nadie se alarma por nada, a no ser que el móvil se quede sin batería o falle en casa la conexión a internet. Con todo, ayer tuve que hacer un gran esfuerzo para no ceder al impulso. Supongo que me falta atrevimiento, o que, de momento, no estoy lo bastante loco.

    De momento.



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