Para acometerlo con éxito de una sola vez, conviene seguir algunas directrices.
Revise su arma para evitar posibles problemas de encasquillamiento. Haga lo mismo con el cargador y asegúrese de que al menos haya una bala y que, por consiguiente, no tenga oportunidad de un segundo disparo.
Aunque sea menos poético que un tiro en la sien o en el corazón, apunte su pistola al paladar. Respire hondo dos o tres veces tomándose el tiempo necesario para ello. Piense que si todo va bien son sus últimas bocanadas.
Si deja alguna nota aclaratoria, que sea lejos de usted, pues las salpicaduras de sangre y los trocitos de masa encefálica dificultarán la lectura post mortem.
Con firmeza y convicción, coja la pistola con las dos manos, ya que pueden aparecer temblores antes de la consecución del acto, y no queremos dejar margen para el error.
Llegado el momento crucial, puede que su instinto de supervivencia intente sobreponerse y usted quiera reconsiderar su intención. No lo haga y convénzase, más que nunca, que la vida es tan solo un preámbulo, una tensa espera, una pérdida de tiempo.
Y apriete el gatillo.