Hoy este post es para ti. Porque tú lo vales. Por tantos momentos íntimos compartidos. Porque año tras año tratas de llegar a todas las casas que aún no te conocen. Sea el tipo de vivienda que sea y esté donde esté, si logras entrar ya es para siempre. Y siempre estás ahí, en tu sitio, las veinticuatro horas del día para todo aquel y aquella que te necesite. Te haces con toda la gente del mundo por igual. Nunca te quejas traten como te traten. Qué paradójico que allí donde estás, y durante todo el año, eres lo más solitario y a la vez lo más visitado. Nunca ocupas los pensamientos de nadie, pero varias veces al día todos se acuerdan de ti. A veces incluso hacemos cola para estar contigo. Así de especial eres. Por eso te mereces este post. Porque mañana es tu día: viernes 19 de noviembre, día mundial del cagadero.
18/11/21
15/11/21
83. Qué quieres ser de mayor
«Enseñar. Educar».
Fue en segundo o tercero de EGB cuando ya nos empezaron a inculcar la competitividad, la obediencia, las obligaciones y las responsabilidades en serio: deberes, estudio, deberes, estudio, deberes, estudio, deberes, estudio y deberes y estudio sobre un montón de materias que no me interesaban entonces y ahora menos. Y entre aquellas dos palabras, aquel mantra repetido por todo el profesorado hasta el último día de la educación básica obligatoria y más allá: «Estudia o tu vida será esto o lo otro. Estudia y tu vida será mejor. Estudia que si no ya verás y bla, bla, bla...».
Nos hicieron creer que suspender un curso era trágico y que lo más vital en nuestras vidas era el aprobado. Recuerdo que el alumno que repetía ya quedaba señalado como si fuera tonto o un apestado. No es que abogue por el analfabetismo —aunque de hecho así es como nos quieren los Estados, aparte de crédulos ante las versiones oficiales de lo que sea—. Algunos profesores nos preguntaban qué queríamos ser de mayores. Cómo lo iba a saber cuando todo lo que estaba obligado a estudiar me parecía un montón de mierda. Y por qué tenía que elegir entre todas las opciones que me ofrecía el sistema cuando no me gustaban ninguna. La respuesta viene con el discurrir de la vida: tienes que elegir, chaval. Hay toda una gigantesca estructura montada de la que tienes que formar parte sí o sí.
«Tú vete al colegio a que te enseñen. En casa te educamos nosotros».
Elige estudiar o currar. Si eliges estudiar una carrera, trabaja de todas formas para poder costeártela, y puede que junto con la nómina del curro mal pagado de tus padres lo consigas. Si no es así, solicita una beca. Aunque he visto muy de cerca que es más fácil que te toque la lotería sin jugar a que te la concedan. Y si logras licenciarte: felicidades. Ya puedes engrosar la cifra de la fuga de cerebros o emplearte en un trabajo tercermundista con tu sacrificada licenciatura bajo el brazo.
«En qué nivel de la pirámide te han colocado tus decisiones y circunstancias».
Así que elegid, muchachitos y jovencitas. Elegid qué queréis ser de mayores. Elegid ganaros la vida dentro de los márgenes de la ley, porque si los cruzáis seréis castigados. Elegid mientras siguen el amiguismo y el compadreo sodomizando a la moral y a la ética desde que las inventaron. Elegid entretanto la igualdad se muere de asco y el apellido de alcurnia marca la diferencia. Elegid mientras la honestidad continúa enterrada en vida bajo toneladas de avaricia. Elegid sin saber que mañana, algunos de vosotros, haréis malabares con el último céntimo de un sueldo mísero. Elegid meritocracia mientras en el espectro político regalan posgrados a los miembros de las dos ideologías enfrentadas.
Pero elegid, joder, elegid. En los colegios os prepararán para ello, aunque nunca os explicarán cómo funciona de verdad la sociedad —esa que dicen que hemos construido entre todos— cuando todo está por aprender. Para entonces puede que ya sea tarde.
«Qué quieres ser de mayor. Cómo quieres ser. Quién quieres ser».
11/11/21
82. El pie infectado
Poco se habla en los anales de la medicina del curioso caso de Hermógenes, natural de Guarromán (Jaén). La historia me llegó por boca de un grupo de itinerantes adictos al LSD, que al igual que yo, veraneaban en un camping de Lloret de Mar, allá por la primera mitad del año 2000. Aquel cuerpoescombro, al tiempo que hacía asombrosos malabares con un diábolo, y pese a que su mente estaba en un plano dimensional lejos del habitual, me contó lo que sigue.
Hermógenes se despertó un domingo a las diez de la mañana sin saber que su vida cambiaría para siempre. Como era costumbre, se encaminó al lavabo para mear y ducharse, dejando a su paso tres cuescos consecutivos que atronaron como el desgarro repentino de una sábana. Su mujer, Molinaria, se desperezó con el sonido del agua que gastaba su marido en la higiene de su escuálida anatomía. De súbito, la sobresaltó un prolongado alarido de tenor que provino de la ducha, y reverberó por todos los recovecos de Guarromán.
Muy alterado y ocultando su triste figura en un albornoz de color rosa putesco, Hermógenes salió del lavabo en busca de su mujer para mostrarle el fruto de su pánico. Ambos quedaron absortos. Mientras que el pie derecho de Hermógenes tenía un aspecto saludable, el izquierdo presentaba rojeces intensas y unas uñas de aspecto quebradizo, de color amarillo hepático y negro gangrena. No parecía un pie humano, y eso que habían visto pies de trinchera con mejor aspecto.
Ese mismo día fueron de urgencias al dermatólogo del pueblo, que maravillado y con las manos enguantadas en látex, cogió aquel pie demencial con reverencia, y lo sometió a examen bajo una lente de aumento de potentísima luz. Luego hizo un raspado de piel para recoger muestras y analizarlas en el microscopio. Al cabo de media hora obtuvo los resultados que cotejó con otros de exámenes pasados, y diagnosticó con gran excitación que aquello era una proliferación invasiva de hongos de origen desconocido.
El dermatólogo recetó cremas y pastillas, pero aquellos hongos irreconocibles resistieron todos los tratamientos que la ciencia ofrecía para tales dolencias, y Hermógenes y Molinaria se sumieron en una honda desesperación. Tanto fue así, que el doctor de la piel no tuvo más remedio que echar mano de un remedio prohibido por el mundo de la medicina, que consistía en sumergir el pie a tratar durante siete horas, en un barreño lleno de un vinagre ilegal elaborado en 1825, por una tribu protomalaya de pigmeos de la isla de Sumatra.
Tan pronto el matrimonio llegó a casa iniciaron la cura. Molinaria trajo un barreño en el que vació los siete litros de vinagre clandestino proveídos por el dermatólogo. Hermógenes, un tanto dubitativo, sumergió su pie pesadillesco hasta cubrirlo del todo. Molinaria se sentó al lado de su marido y, cogidos de la mano, pasaron las siete horas más largas de sus vidas. Llegado el momento, Hermógenes sacó el pie del barreño con lentitud y Molinaria contuvo la respiración. Una vez más, lo que vieron los dejó estupefactos.
Nadie les habló del efecto reductor del vinagre de los pigmeos, por lo cual el pie no solo volvió a recuperar su antiguo y sano aspecto, sino que también se quedó pequeño como el de un muñeco.
8/11/21
81. Un día aleccionador en clase
Un mes de noviembre de la década de los ochenta en E.G.B. (puede que 1985).
Josep María fue mi profesor de catalán, pero por alguna razón que jamás me importó, aquel día lejano sustituyó a la profesora de lenguaje. Ya jubilado para el bien de futuros discentes, fue un maestro de displicencia manifiesta, anodino y gris como un cielo invernal, cuya cara descansaba sobre una papada de volumen marsupial. Aquella fisonomía escabrosa confería a su rostro la forma de una pera a contra natura. Dada su escasa imaginación —no así como el tamaño de su cabeza—, intuí que la historia que nos contó como parte del ejercicio a realizar era prestada.
Dijo así: «Señoritas y señoritos, volved de donde quiera que estéis y prestad atención. Voy a narraros una historia inconclusa de la cual deberéis extraer una conclusión».
Josep María nos relató la historia de un niño llamado Espaminondo, cuyos padres eran los conserjes del colegio en el que estudiaba. La casa en la que vivía era una modesta edificación contigua al centro de enseñanza, de modo que los fines de semana Espaminondo tenía todo el colegio para él solo. Lejos de tener miedo de los largos pasillos sin vida, de las aulas cerradas como si mantuvieran la respiración, y del enorme silencio que caía como un pesado manto, Espaminondo disfrutaba una barbaridad aventurándose por cualquier rincón del recinto. Tanto era así que sus padres, perfectos conocedores del atrevimiento del chaval, le prohibieron que bajo ningún concepto debía abrir el aula de la puerta roja.
Espaminondo se preguntaba qué habría tras esa puerta. De hecho, era la única puerta roja de todo el edificio, por lo que Espaminondo imaginaba toda suerte de fantasías respecto a lo que escondía el aula de la puerta roja. Cada día que pasaba solo pensaba en una cosa: la puerta roja, la puerta roja, la puerta roja... Hasta que un día, cuando acabó de estudiar todos los movimientos de sus padres, se hizo con la llave que abría la condenada puerta. Y vencido por su curiosidad se acercó a la puerta con la respiración acelerada, introdujo la llave en la cerradura, giró con un leve chasquido, la abrió, encendió la luz y...
Josep María enmudeció y su mirada inanimada descansó sobre nosotros en un frío barrido de izquierda a derecha. Mantuvo un silencio calculado, como el de los grandes oradores experimentados. Justo cuando el silencio parecía no caber en la clase, dijo: «... de eso trata el ejercicio. Debéis redactar, tratando de no cometer faltas de ortografía, lo que creéis que encontró Espaminondo en esa aula. El que acierte se llevará el aprobado de todo el curso».
Como perritos amaestrados nos pusimos a ello. Al rato el profesor ya tenía sobre su mesa una treintena de redacciones, risibles y delirantes, que para nuestro asombro leyó en escasos minutos. «Me parece que vais a tener que estudiar para aprobar el curso. No lo habéis conseguido». Su pecho se ensanchó en una muestra de satisfacción y añadió: «Tras la puerta roja no hay nada de nada. La prohibición no era más que una prueba de obediencia». Y de seguido, su rostro se inundó en una sonrisa de autocomplacencia que se abatió en la decepción de nuestra inocencia ultrajada.
Así era como jugaba con nuestras emociones el cara de pera. Muy poco tiempo después entendí que el sistema educativo sirve a los Estados, y son los Estados quienes te educan en función de sus intereses.
Y en ellos no caben personas desobedientes como Espaminondo.
4/11/21
80. Resistiendo
Noviembre del 2020.
El primer toque de queda de nuestra vida ya está aquí. Más real que Hacienda y colocándonos en tesituras nunca antes experimentadas. Todos vimos a Remedios Amaya cantando descalza en Eurovisión. Todos sentimos en nuestros corazones la calamitosa degeneración de Maradona y Julio Alberto. Todos resistimos las canciones radiadas de OBK y los putos abanicos de Loco Mía. Todos vimos morir a Chanquete por primera vez, joder, pero vencimos los traumas. Esto es diferente; es una carrera de fondo; una lucha de resistencia en la que nuestro temple se pone a prueba.
Espero equivocarme, pero auguro unas navidades claustrofóbicas en las que un confinamiento duro se presentirá como un miembro fantasma en nuestro devenir cotidiano. Solo nos permitirán salir bajo horario estricto para que podamos volver a ser gilipollas adiestrados para el consumo sádico.
Algunos disfrutarán de su misantropía, y los que más verán sus relaciones afectivas —salvo las que ya tenían bajo el mismo techo— congeladas bajo cero. Se creará el escenario propicio para la depresión, la automutilación, el desánimo, la angustia, el aislamiento, la soledad y esos finales trágicos como arrojarse al vacío, la soga en el cuello, vaciar el pote de pastillas como quien se bebe un chupito, la cuchilla oxidada y el agua tibia en la bañera, etc.
Ante semejante escenario —siniestro, descorazonador pero posible— habrá que esforzarse y retorcer la imaginación. Algunas parejas probarán la dureza de sus cabezas con los atizadores del fuego a tierra, pero otras pospondrán las firmas de los papeles del divorcio y reinventarán el Kamasutra. Serán tiempos de pasión desmedida y las paranoias mentales adoptarán matices sobredimensionados. Por otro lado, los adictos al vicio solitario tendremos que tener especial cuidado con lo que mi médica de cabecera diagnosticó como codo de onanista —que se ve que es peor que el de tenista—. La invidencia y el acné purulento quedan descartados.
Noviembre actual: el codo bien.
1/11/21
79. Iba a escribirte
Iba a escribirte en la Víspera de Todos los Santos, pero uno de ellos se me fue al cielo. Iba a hacerlo escuchando alguna canción de la primera época de Helloween para recibir los estímulos adecuados.
Iba a escribirte en la Noche de los Muertos y lo hago ahora cagándome en ellos. No en los tuyos, pero sí en los de alguien. Esta vez son las melodías de Malevolent Creation las que me ofrecen inspiración. Quizás hay algo de verdad en ese misticismo pagano y algún espectro consiguió entrar en nuestra dimensión, y se ha quedado en la habitación desde la que te escribo. Por eso quizás está más fría que una cámara porcina de refrigeración. Por eso quizás me estoy cagando en todos los muertos.
Odio el frío, hostia.
Iba a escribirte en la Noche de Brujas, pero alguien pulsó el timbre del rellano de mi puerta. Cuando la abrí me encontré con cuatro renacuajos de ultratumba disfrazados de esqueletos. Tres de ellos me miraban con sus maquillajes de Black metal desde abajo, muy serios e inmóviles. La cuarta personita, enmascarada con la cara inexpresiva de Michael Myers, me preguntó con su vocecita de niña si truco o trato. Joder, me toca los huevos que me interrumpan cuando tengo una buena conexión con el teclado. Por un momento pensé en probar el filo de los cuchillos de la cocina con la carne tierna e inocente de aquellos chiquillos, pero me gusta el amigable don de gentes de Michael, qué le voy a hacer. Así que solo los mandé a tomar por culo.
Para mi sorpresa, el Michael Myers de baja estatura se llevó la mano a la espalda, y al segundo, su manita reapareció empuñando un cuchillo de plástico tan grande como su pierna y, como una promesa de muerte, paseó el filo por su cuello en un lento gesto semicircular, mientras que los otros tres, imperturbables, me enseñaron el dedo medio estirando hacia mí los bracitos. Al primer movimiento que hice para trincarlos del pescuezo, los pequeños bastardos salieron como el rayo dirección a las escaleras del portal, bajando por ellas como espíritus burlones en un alboroto desenfadado de gritos y risas de puro disfrute.
Iba a escribirte en la Noche de Halloween, pero sucedió todo esto y al final opté por salir a comerme unas castañas.
28/10/21
78. Derrapaje en la Academia Sueca
Cuando la Academia Sueca tuvo a bien galardonar con el Premio Nobel de Literatura del 2016 a Bob Dylan, caí en una depresión que hizo temblar las existencias de todas las licorerías. Tuve que releer Skagboys (2012), Los versos satánicos (1988) y La máquina de follar (1974) para recuperar la fe en el arte de la expresión escrita. No di crédito y mi alma se diluyó pies abajo como agua por el sumidero. Franz Kafka y León Tolstói murieron sin tan merecido galardón. Clama al cielo que todavía hoy talentos tan portentosos como los de Joyce Carol Oates o Margaret Atwood —por citar dos de muchos— todavía no tengan tan reconocido premio.
Aquel día del 2016 la Academia Sueca derrapó y aún hoy reverbera el eco de semejante desatino.
Queridos, queridas: las grandes obras se escribieron desde la locura y en tiempos oscuros. ¿Existe talento en las letras de alguien que no haya muerto hace cien años? ¿Hay esperanza para un mundo prosaico, incoherente, sobrealimentado y borracho de sí mismo, cuya única obsesión no es la calidad humana, sino su propia egolatría inflada hasta la obesidad mórbida por las categorías sociales, Netflix, la huida de la soledad, la masturbación como forma de vida, explotar burbujas de embalaje como pasatiempo, los barbitúricos y el psiquiatra?
Amigos, amigas: este delirante bloguero no tiene las respuestas. Aunque ahora que se acerca la fiesta pagana de origen celta, podría consultarlo con Charles Bukowski a través de la Ouija. El muy cabrón siempre sabía qué decir y escribía desde las entrañas. Está claro que Bob Dylan es un gran letrista, incuestionable cantautor poético de voz nasal que debería sonarse la nariz más a menudo. Su influencia en lo musical es enorme y eso es innegable. Como es innegable que el rapero Natch y Roberto Iniesta de Extremoduro también lo son y jamás conseguirán el galardón.
Puede que literatura y música muchas veces viajen en la misma dirección, pero lo hacen por caminos diferentes. Pero tampoco nos pongamos trascendentales. A Barack Obama le concedieron el Premio Nobel de la Paz, y de momento ha sido el presidente de Estados Unidos que más tiempo ha estado en guerra. Por eso quizás Murakami —el eterno aspirante— debiera probar a componer canciones.
A lo mejor suena la flauta.