Ella era esa clase de mujer que creía ser la primera de todas las mujeres en vestir un traje de gala cuyos pliegues, a cada uno de sus movimientos, deslumbraban como rayos de un sol de verano. Siempre escudriñaba de perfil con la fijeza despiadada de unos ojos que apuñalan todo lo que miran. Lo hacía con pose oblicua y eterna, con el mentón alzado y el pelo desordenado, solemne como un busto de la antigua Grecia.
Abordaba las aceras con un paso alargado que era un pequeño salto, y entonces teorizaba sobre el nombre de la calle en la que nos encontrábamos, de las papeleras abolladas, de los chiclés aplastados y la basura que se desbordaba de los contenedores, y siempre que la contradecía me miraba como la niña del exorcista.
A menudo se enamoraba de tipos cuyos nombres sonaban a Héctor, Pátric o Víctor, lo cual significó que nunca lo estuvo de mí. Si acaso fui como aquel mensaje nunca leído que se relega en la carpeta del correo no deseado, pero que por alguna razón que ya nunca conoceré, nunca borró de su vida hasta que yo decidí hacerlo, cuando acepté que para mí no fue más que un pastel envenenado. Muchas veces se manchaba con el postre y entonces yo me reía. Y ella se reía conmigo y se reía como si no existieran cosas horribles en el mundo, y se reía hasta de su risa.
En una libretita azul escribía cosas que no me daría a conocer hasta que la terminara, pero no le di tiempo. Y eso que la deslizó con disimulo una y mil veces en los baños de ruidosas discotecas; en las mesas de bibliotecas de silencio sepulcral, y hasta en bodas y funerales de protocolaria teatralidad. Vestíamos nuestro discurso con ropajes caros y dábamos una calurosa palmadita a cada palabra precipitándola como si fuera la última, buscando el reconocimiento en otras palabras de bocas ajenas que quedaban ingrávidas en la levedad de su atonía.
Y así fue cómo aquella relación se convirtió en una trampa de bordes resbaladizos, donde se despeñaron dos pavos reales.
¿Mala comunicación?
ResponderEliminarNo será la primera ni la última relación que no empieza por no dejar las cosas claras.
Besos.
O incluso ausencia de ella.
Eliminar¡Qué historia! Frivolidad, falta de todo de parte de ella. Triste que eso suceda. Y sí, sucede.
ResponderEliminarMe gustó el video...
A veces, no puede ser.
EliminarMe he leído tus días de jodida locura (i y II) seguidos y ha parecido que pasabas del resentimiento a la aceptación de lo imposible de una de esas ¿relaciones tóxicas?
ResponderEliminarAl final siempre resulta mucho más interesante narrar el desamor. Y a mí me ha encantado cómo lo has narrado tú. Enhorabuena
Gracias, celebro que lo hayas disfrutado. Cada entrada de Días de jodida locura trata sobre una mujer diferente. Y eso que todavía quedan dos entradas más.
EliminarUna metáfora sublime sobre la desafección. Lo has bordado.
ResponderEliminarTe agradezco el elogio y eso que lo mío no es coser.;)
EliminarA veces por mas que se quiera, es imposible luchar contra el que se desentiende.
ResponderEliminarNi más ni menos. Pero hay que probar.
Eliminarmucha pose y poca alma, ¿no?
ResponderEliminares fácil enamorarse de un envoltorio bonito y duro descubrir que debajo no hay nada...
Hay que pasar por los duros aprendizajes.
Eliminar¡Peaso guitarra! Lo que más me inquieta es el destino final de los dos pavos reales caídos en el agujero negro...
ResponderEliminarY qué buen solo, diego. Los dos pavos reales tocaron suelo. Salieron y cada uno a lo suyo.
EliminarEl método ensayo y error no está mal, y además nos permiten deleitarnos con jodidas locuras.
ResponderEliminarY mejor disfrutar de la locura que no sufrirla.
EliminarTe pongas como te pomgas, poco tiene que ver un tío que se llama Víctor con uno que se llama Pátric, por mucha tilde que le pongas a la primera sílaba ;P Ayyy, el desamor y sus misterios insondables.
ResponderEliminarNunca los podremos desentrañar, ay.
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