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10/5/21

29. Libido eclesiástica

    El Padre Esperancejo camina, flemático, de un lado a otro de la clase en un silencio solemne y calculado. La luz aséptica de los fluorescentes confiere un brillo desapasionado a su cabeza tonsurada, y cierta aura pálida apenas visible en el contorno de su silueta espigada. Haciendo gala de su rijosa e indisimulada lascivia, y no por ello percibida por quienes le escuchan, decide el Padre Esperancejo que es la persona adecuada para aclarar las dudas incipientes acerca del sexo. 

    —Sé que sus cuerpos están cambiando, y sé de sus deseos y dudas. —El ápice de la lengua del Padre Esperancejo humedece cadencioso su labio superior, de una comisura a la otra.

    —Y sé lo que cuesta confesar esas dudas, por tal motivo que he decidido ayudarles. —El Padre Esperancejo ladea la cabeza y cruza las manos sobre su pecho, como si sostuviese un Sagrado Corazón.

    —Adorables niños, yo también tuve vuestra edad, y aunque el Señor me reclamó joven, también padecí vuestras cuitas y zozobras. Mi responsabilidad como pastor de este rebaño, es la de aclarar cualquier incertidumbre que podáis padecer. Así, con sinceridad y sin miedos, preguntad todo cuanto queráis saber sobre las vicisitudes de vuestra naturaleza anatómica. No hay que sentir remordimientos. Después de todo, nuestro Señor nos hizo a su imagen y semejanza. Él, en su infinita sabiduría, comprende vuestros pecados y el abocamiento a cometer sucios y denigrantes actos...

    Después de aquella perorata de aquel día pretérito, los monaguillos descubrieron por los siglos de los siglos, que cuando una plegaria no es correspondida, en algún lugar del mundo uno de ellos es sodomizado.


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