De lo que debe hacer en un bar un votante cretino de VOX perteneciente al Opus Dei.
1. El cretino se dirigirá a cualquier bar comprendido en la zona de Cataluña, habiendo comprado antes morcilla de Burgos.
2. El cretino pedirá al camarero que le sirva una taza de café con leche en la que no haya dibujado el escudo del Barça ni la Señera.
3. El cretino se bajará los pantalones hasta los tobillos, de modo que sus calzoncillos slip queden del todo visibles.
4. El cretino, con la mano derecha, mojará la morcilla tres veces en la taza de café con leche, para luego lanzarla detrás de él sin más gesto que el requerido para tal acción.
5. Seguidamente, también con la mano derecha y sin apartar la mirada del camarero, el cretino derramará con gran ceremonia y sin mover un solo músculo de la cara el contenido de la taza de café con leche sobre su propia cabeza.
6. A continuación, con los pantalones bajados hasta los tobillos, el café con leche derramado en su calva y un semblante impertérrito, entonará el himno nacional del Estado español con la boca cerrada.
7. Después, el cretino disfrutará con plenitud del desconcierto de la concurrencia catalana del bar que no se cosque de lo que está pasando.
8. Por último, y habiendo seguido con rigor los siete pasos anteriores, el cretino votante de VOX perteneciente al Opus Dei jamás volverá a requerir los servicios de cualquier camarero que trabaje en Cataluña, cuyo nombre no sea Jesús, María y José.
Estaba en el balcón de mi nicho vivienda leyendo el Necronomicón, el cual cogí prestado de las sangrientas estanterías de la librería El Reposo de los Libros Perdidos y Olvidados, cuando, del piso de arriba, llegó hasta mí una desgarradora súplica de auxilio que decía así: «¡Cabróoooooooniiiiidaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas, ven aquíiiiiiiiiiiiiiiiiiii! «¡Coooooooooreeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!».
Era la voz dela anciana señora Tere, que otra vez requería de mis habilidades domésticas, ya fuera para desatascar el desagüe de la pica de la cocina, el retrete, cambiar alguna bombilla o resintonizar los canales del televisor. Pero aquella urgencia en la voz era novedosa, y me hizo pensar en algo más serio que meros contratiempos. De modo que cogí una copia de las llaves de su piso que tuvo a bien dejarme, y salí como una exhalación.
Me sorprendí mucho al encontrar a Gertrudis, mi anaconda venezolana de ocho metros y doscientos kilos, explorando con calma el cuarto de coser de la señora Tere. Ella la miraba con los ojos desorbitados desde lo alto de un taburete en un rincón, empuñando una sartén paellera con ambas manos
—¡Niiiiñooooooo, llévate a esa bicha de aquíiiiiiiiiiiiiii! —¡Joder, Gertru, esto no es lo que habíamos hablado! —¡Ay, mi alma! ¡No me digas que esa culebra es tuya! ¡Y encima se llama Gertru, como mi nieta!
Gertrudis, del todo ajena al estado de alarma de la señora Tere, olisqueaba con su lengua bífida aquel lugar recién descubierto.
—No se preocupe, señora Tere. La tengo adiestrada para que solo se nutra de guardias civiles, concejales de Vox y similares. —¿Ah, sí? —¡Pues que aprenda también a tocar el timbre de la puerta, leñe! —Es que es un poco desobediente, y muy curiosa... —¡Y yo muy vieja para estos sustos! Anda, ayúdame a bajar del taburete, que no sé ni cómo me he subido. —Vale, pero no me atice con la sartén, ¿eh?
Me acerqué y cogí el cuerpo quebradizo y enjuto de la señora Tere como hace un príncipe de cuento con su prometida. Salimos de la habitación con elegancia de alta alcurnia, pero antes me dirigí a Gertrudis cuando pasamos por su lado.
—Ya hablaremos tú y yo, ya. ¡Te dije que te presentaría a la Tere de manera formal!
Gertrudis nos miraba desde abajo. Lengüeteó a una velocidad ocho veces superior al desenroscado por soplido de un matasuegras, agachó su enorme cabeza y se cubrió los ojos con la punta de la cola.
—Sí, sí, ahora hazte la arrepentida. Hoy te quedas sin cenar. Así que tira para casa que está la puerta abierta, y te pones a ejercitar con el muñeco de Amazon tus técnicas de constricción.
Gertrudis, sin más, se dirigió hacia la salida. A mitad de camino se detuvo, alzó la cabeza y me miró en un intento de ablandarme para que le levantara el castigo. Yo negué impasible, así que Gertrudis respiró hondo, se dio media vuelta al mismo tiempo que se agachaba y continuó reptando hasta salir de la habitación.
—Ay, niño, que a lo mejor "tas pasao" un poco con la criatura. —Qué va, señora Tere —le dije al tiempo que la dejaba en el suelo—. Con tal de no hacerme caso, seguro que la muy cabrona se habrá metido en la bañera con la cabezota fuera del agua, como si no hubiera pasado nada.
Me despedí de mi amable vecina, no sin antes acordar a modo de disculpa que el próximo fin de semana cenaríamos los tres juntos en mi casa. En definitiva, era como tenía pensado presentarle a Gertrudis. Cuando llegué a mi piso, me fui directo al lavabo, y como la puerta estaba abierta, no tuve más que asomarme. En efecto, Gertru se encontraba en la bañera (siempre la mantenemos repleta de agua) y, tan pronto me vio, giró la cabeza.
—Conque esas tenemos, eh.
Gertru me volvió a mirar, me sacó su lengua bífida unas cuatro veces por segundo y se sumergió en el agua por completo.
—Vale, pues tú misma.
Un rato después, poco antes de mi descanso nocturno, tomé la decisión de que al día siguiente, con el apoyo de Demenciano o el Loco, me haría con el cuerpo de un reguetonero del barrio para dárselo de comer a Gertru. Sería la forma de hacer las paces y, de paso, le daría a conocer sabores nuevos.
Rulo es un tipo un tanto odioso e irritante. Yo, que lo conozco de toda la vida, sé que también es una persona honesta cuando el momento lo exige, y de las pocas que me hacen reír. El otro día me envió un audio de WhatsApp. Decía así:
Eh, ¿qué pasa, Cabroni?, aquí el Rulo, el tío que es más cabrón que tú sin entrenarse, ja, ja, ja, ja. Bueno, a ver si algún día compartes en tu muro de Facebook mis enseñanzas financieras de cómo ganar pasta sin currar ni robar. Sí, has oído bien, cabronazo.
También me gustaría que compartieras las experiencias que he vivido con todas esas mujeres que van de sobradas por la vida. Ya sabes, esas flipadas que se creen diosas cuando salen de la peluquería, y resulta que se visten con ropa del Wish y se rocían perfumes de tres euros, ja, ja, ja, ja. Se les olvida que son unas humildes cajeras de supermercado, que chillan como verduleras y caminan como un pato mareado cuando llevan tacones, ja, ja, ja, ja.
Oye, el otro día te vi con el Mali en la terraza del bar del Óscar, y me acordé de cuando le vendió el Seat León a aquel moro que traficaba costo. ¿Te acuerdas? Aquel verano estábamos en Castelldefels y toda la pasta que sacó se la gastó en drogas y zorras, y ni siquiera se dignó a invitarnos a un mojito, el muy hijo de puta. Por cierto, seguro que no habrás votado a Vox en las elecciones, eh, cabrón, ja, ja, ja, ja.
Bueno, Cabroni, a ver si quedamos y nos vamos a comer algo a un chino, por ejemplo. Que me han dicho que te estás quedando "pillao" con tanto concierto. Ah, pero que no venga el Mali, eh, que me tiene hasta los cojones con sus putas historias de cuando era picoleto.
Pues nada, nene, ya me dirás algo. Venga, que te folle un pez rata y viva la derecha española, ja, ja, ja.