Nadie sabe con exactitud la edad del viejo sepulturero. Incluso él ha perdido la cuenta de sus años cumplidos. También se dice que ha enterrado a gente muy, muy vieja. A pesar de ello, el viejo sepulturero no es más aliado de la muerte que las heladas invernales, los desastres naturales, la desigualdad de la geoeconomía y la sequía y hambruna globales.
El fuego incinerador y la madera de los ataúdes —cara o barata—, tampoco son más cómplices de la muerte que la desesperanza, las estrategias esclavizantes del mercado o el futuro anhelado que nunca llega. Ni siquiera el diablo es más coautor del fin de la vida que los misiles inteligentes, las decisiones del imperio y la violencia de esas odiosas criaturas bípedas que pueblan el planeta.
Incluso la fecha de caducidad que señala nuestro último viaje, tiene menos culpa que ese dios que no te salva, que nunca llega y desoye los ruegos. Tanto es así, que el viejo sepulturero ha presenciado el paso de los siglos y de mil y un cadáveres. Podría jurar, no en vano y desde los cuatro eones de la historia de la Tierra, que en el destino inevitable de morirse, la muerte como tal siempre es la única inocente.