Cuando te quisiste dar cuenta, ya estabas a las puertas de un nuevo año. ¿Otro ya? ¿Tan pronto? El tiempo finito del que disponías se agotaba rápido y volvía a robarte otra pequeña porción de fuerza vital en favor de más cansancio y nuevas arrugas en la piel. También un poco más de todo aquello que, por inevitable y certero, no acababa de gustarte.
Releíste la lista de deseos incumplidos y te avergonzaste un poco. Cuando la escribiste, no pensabas que volvería a ser otra enumeración de fracasos. Pero el año estaba a punto de morir y su final te mostraba la misma repetición anual de autoengaño flagrante. Así que arrugaste esa verdad incómoda y la tiraste a la papelera de los propósitos frustrados y las causas perdidas.
Quizá era momento de afrontar el año con una nueva perspectiva, o ni siquiera eso. Empezarlo con la única intención de dejarse arrastrar o mecer por la marea de los acontecimientos predecibles e impredecibles. Y cuando tocara, ponerse en las manos arriesgadas de la improvisación.
Puestos a desear para el inminente dos cero dos seis, estaría bien que Diosa Fortuna sonriera de una vez por todas a quienes sufren el azote de la guerra, la invisibilidad de la pobreza y el deterioro de la hambruna. O que se desatara alguna peste especialmente selectiva y se llevara a unos cuantos miles de hijos de puta.
Estaría bien, a sabiendas de que la realidad volverá a recordarme —como siempre y sin pedir permiso— que algunos deseos tan solo son pura entelequia, y que mañana será igual que ayer.
Ah, la Dios Fortuna es voluble y esquiva muchas veces. Si puedo, me paso el 31 para desear Feliz Año, pero no prometo nada, pues soy un tanto como la Diosa Fortuna también ;)
ResponderEliminar¡Hola, CPPER! Creo que Fortuna está en huelga, o quizás nunca ha existido. Los que desconocemos cosas tan feas como las citadas en el penúltimo párrafo de la entrada, supongo que tendremos un feliz año si seguimos desconociéndolas. ;)
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