El viejo Perbisterio Ranado vivía en un lúgubre sótano preñado de ácaros y humedades al resguardo de la hiriente radiación solar. La imagen del mundo que le ofrecían las mugrientas ventanas de su diminuto habitáculo consistía en el desfile de los calzados dispares de los viandantes, de alguna silla de ruedas y del típico imbécil acelerado del patinete eléctrico. Todo ello acompañado de la cacofonía del tráfico congestionado y el piar enloquecido de los pájaros.
Tampoco necesitaba más. Gracias a la pensión por demencia, el anciano Perbisterio Ranado tenía ordenador y conexión a internet. De modo que se proveía de todo cuanto necesitaba sin ningún tipo de contacto humano, salvo cuando el mensajero tocaba a su puerta pedido en mano. Debido a su merecida inactividad, se pasaba todo el día pensando, hasta que un día su mente trascendió y descubrió que había desarrollado una capacidad especial para predecir catástrofes naturales.
Así lo supo el primer jueves de abril de hace dos años, cuando diluvió con tal intensidad que la red de drenaje de la ciudad se colapsó. Las aceras se volvieron resbaladizas y homicidas. El rugido de los riachuelos discurrió por las calles arrastrando vehículos aparcados, algunos seres humanos y toda clase de mobiliario urbano. Justo al iniciarse aquella catástrofe, sin saber por qué, la brillante tonsura de su coronilla empezó a palpitar como un corazón desbocado.
En pocos minutos, el agua irrumpió en cascada por los ventanales de su sótano, junto con condones, pañuelos de papel, compresas, pañales, paquetes de tabaco, bolsas de basura, esputos verdes y tres o cuatro animales muertos. En pocos segundos su querido hogar quedó convertido en un maloliente lodazal de odio líquido y mierda. Él estaba con los pies recogidos en el sofá, con el agua a punto de alcanzarle, cuando el suministro eléctrico se interrumpió, y se dio cuenta de que el pálpito de la coronilla había remitido.
Desde aquel fatídico día, el anciano Perbisterio Ranado sigue en la soledad de su sótano estudiando su facultad predictiva para poder anticiparse con éxito a futuros desastres naturales, si es que llegan. Y no la compartirá con nadie, pues desde hace años se acostumbró a estar muerto para el resto del mundo que le dio la espalda.
