Mis primeros contactos con la mafia rumana empezaron a fraguarse de la forma más inopinada. Aquellas vacaciones aventureras recién iniciadas me condujeron hasta la propiedad de tío Vasile. Un terrateniente viejo, escuálido y delirante, que regentaba junto con sus tres hermanas culturistas, un lúgubre caserío a las afueras de la mágica ciudad de Bucarest. Tío Vasile alquilaba habitaciones a mochileros y estudiantes por una cantidad que quedaba fijada durante un acalorado regateo.
Lo que el engañoso anuncio de tío Vasile ocultaba, es que se paseaba con actitud militar por todas las inmediaciones de sus dominios, ataviado con un casco de aviador de la Primera Guerra Mundial, unos gallumbos de color nicotina y unas deslustradas botas de media caña, impartiendo con estridencia y enérgicos movimientos de fusta, órdenes en rumano a no se sabía muy bien quién. De igual forma irrumpía en tu habitación en mitad de la noche, desbocándote el corazón con un disonante toque de corneta. Y lo que era peor: te obligaba a duras tareas de mantenimiento en su fangosa hacienda, bajo la férrea vigilancia de sus musculadas hermanas.
Yo tenía todo el cuerpo cubierto de sudor cuando acabé de podar los descuidados arbustos del decrépito jardín de tío Vasile. En ese momento se me acercó un muchacho de voluminoso cabello rizado, que de ser un día de sol, lo hubiera eclipsado por completo, y un enano rapado al que había que mirar dos veces para cerciorarse de que era real. Me sorprendió no haberlos visto antes, pero la propiedad de tío Vasile y hermanas era extensa, y tampoco me dejaban levantar cabeza de los penosos trabajos a los que me sometían.
Uno de ellos se presentó como Fiorenzo, mientras que el otro respondía al nombre de Dragosi. Ambos se apañaban bien con mi idioma y, al igual que yo, llevaban una semana de presidio en aquel insalubre lugar.
En los días siguientes confraternizamos en la medida que pudimos. Así supe que Fiorenzo, natural de Italia, era otro inocente mochilero con muy mala suerte, que me enseñó todo lo que se debe conocer de dicho país: que en efecto el secreto que me desveló está en la masa; que el risotto es un ataque de risa; que ningún habitante de Venecia sabe nadar, y que la Cosa Nostra iba a ser un equipo de fútbol que al final derivó en el AC Milán.
Por mi parte, le enseñé a bailar la sardana y le confesé el secreto de la pigmentación de la piel de La Moreneta. Le hice entender que debía suplir sus audiciones musicales de Laura Pausini y Eros Ramazzotti, por algunas de KOP y Crisix. Y le descubrí la butifarra catalana y el pa amb tomàquet.
Con Dragosi, en cambio, mantuve la distancia. Su mirada era la de un lobo ártico y, pese a su tamaño, daba la incómoda sensación de que iba a saltar sobre ti de un momento a otro. Aparte, no paraba de realizar amenazadoras manualidades con una cinta de cuero de la que nunca se desprendía. Tan sólo nos contó que las atléticas hermanas de tío Vasile lo secuestraron por orden de este, cuando descubrieron que era un mafioso en ciernes que, en un futuro, podría hacer peligrar la fraudulenta tapadera de la que éramos víctimas.
No recuerdo con exactitud qué día era, cuando estábamos cortando leña como aizcolaris dementes, y Dragosi se detuvo diciendo que aquello no podía continuar. Que llevábamos un mes de cautiverio y que con toda probabilidad, era el mismo tiempo que sus hombres llevaban buscándolo sin resultado alguno. Nos miró a Fiorenzo y a mí con seriedad, y sentenció que era hora de unir fuerzas y elaborar un plan de escape.
Los caminos que circundaban nuestra prisión eran numerosos y harto accidentados, por lo que necesitábamos algún tipo de transporte. Salvo dos tractores con peor aspecto que su propietario, no veíamos otros vehículos de motor que pudiéramos utilizar. Entonces se nos ocurrió mirar por la sucia ventana de un destartalado cobertizo, situado en la parte más alejada del caserío, y descubrimos que en su interior, cubiertas por una amplia telaraña, se amontonaban unas oxidadas bicicletas junto con unos inquietantes maniquíes, desmembrados unos y descabezados otros.
Así pues, el plan que urdimos no es que fuera sencillo, sino el único posible: a primera hora de la mañana nos fugaríamos de aquel maldito lugar pedaleando como si nos persiguiera el mismísimo infierno. Cuando llegó la noche, deseando que fuera la última, volví a acostarme en la cama de mi celda sin barrotes, y me sumí en un sueño intranquilo en el que no cesaba de preguntarme:
¿Qué podría salir mal?
A tu respuesta respondería que todo puede salir mal, pero estoy segura de que aun así podrás escapar ;-)
ResponderEliminarBesos.
Algo así como Indiana Jones. Sabemos que lo logrará, pero no cómo hasta que lo vemos.:)
EliminarUna fuga muy bien urdida, pero con las pistas que dejas atrás, siento decirte que todo, todo os va a salir mal y ahora sí que va a empezar “The war inside your head”
ResponderEliminarPor supuesto; no puede ser de otra manera. ¿Cómo sabes que después de "The prisioner" viene "War inside my head"?
EliminarJa,ja me quedo con el intercambio de tópicos esenciales sobre las nacionalidades de los personajes. Quién iba a decir que el risotto era eso o que en Italia haya alguien ahora bailando sardanas. Ahora sé que nada puede salir mal. Pero esto sigue, claro, podría equivocarme.
ResponderEliminarLa verdad que me ha salido la entrada un tanto cosmopolita.:)
EliminarMenudo campo de concentración... y tío Vasile paseándose en botas y gallumbos con portes militares. Es difícil estar peor de la cabeza. Menudo trauma debía arrastrar. Menos mal que no andaba metralleta en ristre. Un personaje digno de "Apocalypse Now".
ResponderEliminarMuy bien por esos planes de fuga, la única al alcance.
(Hecho de menos a Klaudyna... ¿dónde andaría?).
"Echo de menos". Error al canto.
EliminarHay que escapar de ahí cómo sea. En cuanto a Klaudyna, salvo cuando se va a celebrar algunas fiesta en el club, no está mucho por la mansión.:)
EliminarSegurísimo que todo saldrá mal, pero cuanto peor salga más hilarán tus neuronas intrincadas piruetas, con mortales carpados a delante y atrás de las que saldrás, silbando más fleiz que una perdiz ... en bicicleta jajaja increíble la descripción del Tío Vasile, se le ve como en una foto. Lo mismo que a ti sudando la gota gorda podando arbustos jajaja ¿ no serían viñas o frutales ? ¿ nada productivo con un kaiser como tío Vasile? en fin, da igual, me ha encantado. Mil gracias!
ResponderEliminarNo vas desencaminada. En todo caso gracias a ti por leerlo y disfrutarlo.:)
EliminarAbsolutamente nada.
ResponderEliminarEs, a todas luces, un plan perfecto.
Y el único xd
Además, al plan hay que sumarle cierta desesperación.:))
EliminarLa historia está hecha para a pesar de las vicisitudes encontrar un boquete de escapatoria, de estos estupendos relatos entre gastronomía y humor. Un abrazo
ResponderEliminarCarlos
Así es. Creo que también disfrutarás con la próxima parte.
EliminarCabro, te aconsejo que compruebes que las bicicletas tienen las ruedas bien infladas, y que bajes el sillín a tope de la de Dragosi, para que llegue a los pedales. O mejor, busca en el destartalado cobertizo algún triciclo que le será de mayor utilidad :)
ResponderEliminarNo te preocupes, Diego; hemos contemplado esos detalles. De una forma un tanto inapropiada, eso sí.:))
EliminarLa pregunta se responde sola, todo, absolutamente todo puede salir mal. Y eso es lo que hace que merezca la pena intentarlo, la leve, casi inexistente posibilidad de que salga bien..
ResponderEliminarMe tienes en vilo... es como leer la versión macarra de Mircea Cartarescu
Jajajaja, gran ocurrencia esa. Ni yo mismo lo hubiera definido mejor.
EliminarNo me digas más: después de todas las aventuras estas de la granja es cuando Vasile se decidió por el mundo de la comunicación y acabó de consejero delegado de Mediaset, ¿no? jajaja Me ha gustado lo de las hermanas culturistas, que pueden estas musculadas y no ser tan fuertes como parecían, ojo ahí ;P
ResponderEliminarSpeedy
Jajaja, no le auguro semejante destino a tío Vasile con lo trastornado que está. En cuanto a las hermanas culturistas, si no logran echarte la mano encima, tanto da la fuerza que tengan:)
EliminarSi le agregas una pizca de adrenalina, otra de desesperación y el deseo inagotable de escapar, bueno, quizás lo logren. Las bicicletas y yo nunca nos entendimos, igual y con ustedes se portaron mejor ... a saber =)
ResponderEliminarFueron primordiales. Sin ellas no lo hubiéramos conseguido.:)
EliminarOye, que no es mala la música que escuchaba Fiorenzo; yo lo hubiese encarrilado por esos mismos senderos =))
ResponderEliminarNo es que fuera mala, pero no está de mal mostrarle otros caminos para enriquecer sus opciones musicales.:D
EliminarJajaja, me juntaré contigo, a ver qué puedes rescatar de esta pobre mortal que lleva como treinta años escuchando lo mismo =)
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