El sol de julio brillaba con intensidad despiadada. Demenciano estaba despierto y no había pegado ojo. Y no por la calor, no. A Demenciano le encantaba el verano, pero los vecinos no habían parado de follar en toda la noche, y los intensos chillidos de rata proferidos por la mujer, lejos de ponerle cachondo, le habían taladrado los tímpanos hasta límites inenarrables.
Luego, una hora antes de las primeras luces del alba, justo cuando los vecinos se dieron por bien follados, empezaron las consabidas sirenas, los imprescindibles servicios de limpieza urbana con su barredora industrial, los currantes mal pagados del martillo neumático, y más tarde, el incesante vocerío de los infantes jugando en el parque de la comunidad.
Demenciano se levantó de la cama, se miró en el espejo y vio rayos y truenos. Eso no era bueno. Demenciano necesitaba dormir siete u ocho horas seguidas para comportarse como una persona normal. Así que decidió ir a la piscina de su barrio para tranquilizarse. Eso estaba bien, sí. Todavía quedaban cosas públicas en la ciudad, aparte de la biblioteca, claro. Solo que la biblioteca jamás se masificaba.
Aquel complejo de aguas recreativas era un lugar de proporciones olímpicas, húmedo y sudoroso. Demenciano se había resistido a ir hasta la fecha, pero la playa, ese páramo arenoso intoxicado de residuos orgánicos e inorgánicos, hacía tiempo que dejó de ser una opción de refrigeración.
Demenciano no había comprado el abono de temporada, así que tendría que desembolsar un grueso considerable al joven que había en la garita de cobro, no sin antes golpearle por semejante robo. Pero vio que aquel simpático muchacho tenía limitadas sus capacidades cognitivas, de modo que controló sus nervios y pagó cagándose en todas las vírgenes consagradas.
Cientos de cuerpos de edades dispares se apiñaban en el agua y en el césped marchito. Adultos que reían y gritaban, y niños que reían, gritaban y lloraban. Demenciano tuvo la impresión de que tranquilizarse en aquel ambiente no iba a ser fácil. Por lo pronto, optó por cobijarse en una zona con sombra, pues estaba enemistado con la radiación solar.
Y al rato de estar tumbado, tuvo una gran idea.
Un plan criminal.