20/6/24

352. La hora cero

    Parece mentira, pero tú y yo ya hemos sobrepasado la cincuentena. Ya hemos recorrido, a veces juntos, otras separados, más de la mitad del camino, con algunas heridas y no pocos disgustos. Supongo que como yo, poco o mucho y sin venir a cuento, los recuerdas a todos. 

    A Mariano, que poco después de pagar sus deudas y de jugar su última partida al dominó, aparcó la moto en el arcén de la variante que bordea el pueblo, y en el punto más alto se arrojó desde los más de cien metros de altura que lo separaban del suelo.

    A Xavi, cuando pretendió colgarse de la baranda del balcón. Vi en tu cara que te horrorizó más el que la cuerda se partiera y muriera roto contra el suelo, que no el acto en sí. 

   Al hermano de Juan, cuando se lanzó al vacío desde la ventana de su habitación. Nunca dejó de medicarse contra su trastorno mental grave, y parecía estar en su mejor momento, pero bastaron aquel par de segundos en los que sus familiares bajaron la guardia para cambiar de opinión y acabar.

   A Irene, que decidió darse un banquete exprés con todo lo que encontró en el botiquín del lavabo —que no era poco—, hasta lograr una fulminante intoxicación medicamentosa.

    Los conocíamos a todos. Sabíamos de sus circunstancias y de sus vidas complicadas, pero nunca imaginamos que, espaciados en el tiempo, elegirían la hora cero.  

    Resulta increíble, pero tú y yo todavía seguimos teniendo razones para permanecer y sentir el paso de los días. De levantarnos al despertar del sueño y, de vez en cuando, mirar la hora que marca el reloj.



17/6/24

351. Lola

    Quién, en su sano juicio, querría ir con una persona como Lola, que grita y bebe. Seguro que una mujer así sería señalada por el patriarcado más rancio y por el feminismo recalcitrante de nuevo cuño; tan parecidos, tan odiosos. 

    Lola también se masturba con frecuencia y de vez en cuando consume pornografía. Cosa increíble por otro lado, ya que eso solo lo hacen los hombres, que son unos guarros y unos salidos, y solo piensan con los genitales.

    El caso es que Lola ahora ya no está sola: ahora está conmigo. Aunque tratándose de Lola no lo tengo del todo claro. Supongo que es más acertado decir que soy yo quien está con ella. Porque Lola siempre es la que elige, como elige beber y elige gritar.  

    La conocí una noche en la que hizo suyos la mayoría de los bares de la ciudad. Y es que Lola bebe mucho. Bebe más que cualquier otra persona que yo haya conocido. Y eso que he conocido a auténticos animales capaces de agotar las existencias de una licorería en pocas horas.  

    Ninguna mujer, pero sí muchos hombres, quieren hacerse amigos de Lola, ya que cuando bebe, y encima grita, despierta la admiración de la concurrencia masculina y el desprecio de la femenina. Pero eso a ella le da igual: lo primero y lo segundo. ¿Se puede ser más libre?

    Así que, de momento, estoy disfrutando de la compañía de Lola, hasta que el día menos pensado decida apartarme de su lado para estar sola de nuevo. Sé que ese día llegará, y no le guardaré rencor por ello. Al contrario: la recordaré entre trago y trago, confiando en que jamás cambie.

    En que nunca deje de ser ella, a pesar de la sociedad.



13/6/24

350. Ángel y Demonio

    Ángel y Demonio estaban sentados uno frente al otro, a la misma altura. En medio de ellos había una mesa en la que estaba dispuesto todo lo demás. Yo, desde un lugar insignificante de todo lo demás, les pregunté: 

    —¿Podéis responderme con sinceridad?
    —Pregunta —dijo Ángel, mientras que Demonio ni siquiera se dignó a mirarme.
    —Quiero saber lo que todos quieren saber. Lo que alguna vez todos nos hemos preguntado. Por eso os pido a vosotros, que podéis ver más que nadie, que me describáis el futuro. ¿Se parecerá al Cielo? ¿Será como el Infierno? ¿Cómo será el futuro?

    Ángel iba a responder, pero Demonio se le adelantó:

    —Si Ángel me lo permite, yo te describiré el futuro.

    Un silencio solemne ocupó aquel trozo de espacio-tiempo, que era el Primer Tiempo. Ángel asintió sin disimular su descontento, y Demonio me miró con cierta indolencia y empezó a hablar.

    —Tan pronto os multipliquéis sembraréis la Tierra de fronteras, y en lugar de compartirla viviréis en guerra constante por ocuparla. Arrasaréis bosques y enormes extensiones, y en ellas construiréis arterias de alquitrán y bloques de cemento. Los más afortunados viviréis en jaulas de oro y vuestros hijos crecerán solos, porque madres y padres estaréis demasiado ocupados en conseguir las cosas que vuestras sociedades fallidas dirán que necesitan. Vuestro sistema de vida contaminará los mares y escupirá veneno de sus chimeneas industriales, el aire ya no será tal y os matará poco a poco. Una densa capa de humo será vuestro techo, y el suelo que pisaréis empezará a morir de sed, de modo que el agua será el nuevo oro por el que os mataréis, aunque muchos de vosotros moriréis de enfermedades curables por el mero hecho de no haber nacido en el lugar adecuado. Iréis perdiendo la esperanza y la memoria en favor del miedo y la codicia, y seréis meros instrumentos al servicio del coste y la producción, que tratará de venderos ilusiones que jamás podréis comprar. Vuestros líderes os traicionarán tantas veces como los coloquéis en sus posiciones de poder, y cuando no estén, serán sus hijos quienes continúen con el engaño. Así será siempre vuestra historia —concluyó Demonio, como si hubiera atendido un simple trámite.

    Ángel estaba en silencio y me miraba apenado, y yo le pregunté:

    —¡El Cielo, Ángel! ¿Puedes describirme el Cielo?

    Antes de que Ángel contestara, Demonio volvió a adelantarse.

    — Es el Cielo lo que te he descrito —respondió con voz profunda. Y sonrió.
    —¿Es cierto eso, Ángel? ¿Es cierto?

    Ángel, avergonzado, bajó la mirada.


10/6/24

349. Espejo

    ¿Has visto la película Candyman: El Dominio de la Mente (1992)? 

   Pues me han contado que si delante de un espejo y mirándote a ti mismo, pronuncias cinco veces seguidas la frase "independencia para Cataluña", te sale del espejo un nacionalista español y te suelta cinco hostias.



6/6/24

348. Del suicidio con pistola

    Para acometerlo con éxito de una sola vez, conviene seguir algunas directrices. 

    Revise su arma para evitar posibles problemas de encasquillamiento. Haga lo mismo con el cargador y asegúrese de que al menos haya una bala y que, por consiguiente, no tenga oportunidad de un segundo disparo.

   Aunque sea menos poético que un tiro en la sien o en el corazón, apunte su pistola al paladar. Respire hondo dos o tres veces tomándose el tiempo necesario para ello. Piense que si todo va bien son sus últimas bocanadas.

   Si deja alguna nota aclaratoria, que sea lejos de usted, pues las salpicaduras de sangre y los trocitos de masa encefálica dificultarán la lectura post mortem.

   Con firmeza y convicción, coja la pistola con las dos manos, ya que pueden aparecer temblores antes de la consecución del acto, y no queremos dejar margen para el error.

    Llegado el momento crucial, puede que su instinto de supervivencia intente sobreponerse y usted quiera reconsiderar su intención. No lo haga y convénzase, más que nunca, que la vida es tan solo un preámbulo, una tensa espera, una pérdida de tiempo.

    Y apriete el gatillo.




    P.S.: Aplicar la misma lógica imparcial para el suicidio con soga y arma blanca.

3/6/24

347. El viejo sepulturero

    Nadie sabe con exactitud la edad del viejo sepulturero. Incluso él ha perdido la cuenta de sus años cumplidos. También se dice que ha enterrado a gente muy, muy vieja. A pesar de ello, el viejo sepulturero no es más aliado de la muerte que las heladas invernales, los desastres naturales, la desigualdad de la geoeconomía y la sequía y hambruna globales.

    El fuego incinerador y la madera de los ataúdes —cara o barata—, tampoco son más cómplices de la muerte que la desesperanza, las estrategias esclavizantes del mercado, o el futuro anhelado que nunca llega. Ni siquiera el diablo es más coautor del fin de la vida que los misiles inteligentes, las decisiones del imperio, y la violencia de esas odiosas criaturas bípedas que pueblan el planeta.

    Incluso la fecha de caducidad que señala nuestro último viaje, tiene menos culpa que ese dios que no te salva, que nunca llega y desoye los ruegos. Tanto es así, que el viejo sepulturero ha presenciado el paso de los siglos y de mil y un cadáveres. Podría jurar, no en vano y desde los cuatro eones de la historia de la Tierra, que en el destino inevitable de morirse, la muerte como tal siempre es la única inocente.



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