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10/7/23

255. Oposiciones mortales 2

    El otro día volví a ver a Anfiloquio, y me contó las insólitas excentricidades que han desarrollado algunos conocidos de su entorno social, después de haber superado las oposiciones a notarías. 

    Uno de ellos acudió a casa de sus padres para dar la gran noticia, y sin previo aviso se fue a la cocina y apareció con una escoba sobre su barbilla. Después, con gesto precario, añadió una de las sillas del comedor. Boquiabiertos, miraban cómo intentaba equilibrar ambos objetos al mismo tiempo. El inestable espectáculo finalizó en tragedia, y los dos objetos cayeron sobre el susodicho, dañándole la frente y la dignidad, no así como el cerebro, que le venía deteriorado de serie. 

    Se ve que otro aprobado, en sus inicios, acostumbraba a disfrazarse de enciclopedia o rúbrica en las situaciones más inverosímiles. Ahora, cada mes desde hace tres años, se hace fotografiar vestido de Néfertiti y envía las fotos a amigos y familiares con enigmáticas dedicatorias en arameo. 

    Un tercero empleó tantas horas de estudio que desarrolló una complicidad enfermiza con el tiempo, y sembró toda su notaría con centenares de relojes. El buen hombre abre una hora antes para darles cuerda ya que, según él, eso le ayuda a comenzar la jornada con relajación y optimismo. No así como a sus clientes y empleados, que convulsionan de histeria o escapan de allí con un alarido, atravesando el cristal de las ventanas entre tanto tictac y tanta campanada cada cinco minutos. 

    Hay otro que siempre camina por las aceras hasta el agotamiento, en la misma dirección que los coches, tanto a la izquierda como a la derecha, sin llegar nunca a ninguna parte, convencido de que si no lo hace le sobrevendrá la muerte súbita.

    Un quinto notario aborreció de tal modo su silla y su escritorio de estudio, que recibe a sus clientes en la bañera de su casa; no siempre vestido y llena de agua. Hubo dos que conformaron un equipo de estudio: uno, para no aburrirse, primero memorizaba las páginas pares, luego las impares y al finalizar las ordenaba en su cabeza. El otro, más normal, le daba la vuelta a los libros y los leía del revés. Ambos siguen en paradero desconocido. 

    Y si no el caso extremo del notario atemporal, el cual se levanta temprano, se viste de traje y corbata y sale a comprar el periódico. Después entra en el bar de toda la vida y desayuna un cruasán y un cortado. El desayuno siempre le cuesta cien pesetas; siempre. Y siempre le devuelven cinco. Y así desde hace treinta y cinco años sin atender al IPC. La familia sigue pagando la diferencia a final de mes, a sabiendas de que alterar tan desconcertante rutina puede provocarle un estado irreversible de shock

    También está el caso de Sinforoso, que una vez superadas las oposiciones creía que cada vez que amanecía sería la última. Tanto era así, que cada día dejaba abierto su despacho y se iba al bar para amorrarse al periódico y leer todas las esquelas, a ver si encontraba la suya. Para asegurarse, también memorizaba los horarios de todos los entierros a los que acudía puntual, para ver si era él el enterrado. Claro está, se le incapacitó para ejercer su profesión. Y no por estar chiflado —cosa habitual entre los de su gremio—, sino por no acudir al despacho.

   En fin, si necesitas los servicios de algún notario, puedo ponerte en contacto con Anfiloquio.



25/10/21

77. Oposiciones mortales

    Pienso que el trabajo perfecto sería aquel que consistiera en tener las vacaciones de un profesor de escuela, la paga de un ministro y el desgaste físico de un cura. Pero como eso es pura entelequia, el sueño de la esclavitud moderna es el de currar de funcionario, o currar de funcionario mientras pruebas suerte en las apuestas del Estado para no currar de nada. El puto Estado, joder. Si no te apellidas Borbón y no crees en la suerte, el Estado te ofrece la oportunidad de que te alíes con él y formes parte de su engranaje. Si superas la criba obtienes una esclavitud de nivel y ciertos privilegios de los que no goza el resto del proletariado.

    Esto viene a cuento de lo que me contó una vez Anfiloquio, que intentó ser notario pero desistió por salud. Según me explicó, las oposiciones eran tan duras que dejaban una impronta perenne de merma física y mental en todo aquel que osara afrontarlas. Los opositores se aislaban del resto del mundo en claustrofóbicos zulos, para memorizar el vasto temario que los separaba de su anhelo laboral. Cuando llegaba el día del examen, los opositores abandonaban su clausura y regresaban al mundo exterior tambaleándose. La mayoría estallaban en una silueta de cenizas en cuanto la luz solar incidía sobre ellos, o bien eran pulverizados por el capricho del viento. 

     Unos pocos resistían los elementos naturales, pero se desmoronaban ante los cambios sociales y paisajísticos, enmudeciendo de por vida y con la mente dañada sin remedio, incapaces de asimilar la existencia de aeropuertos fantasma, que la canción de Dale a tu cuerpo alegría Macarena ya era historia, o que sus novias estaban preñadas y ya no conservaban el apellido de solteras. Los que sobrevivieron en cuerpo y mente lo dejaron y decidieron dedicarse a otros niveles de esclavismo y a vivir —si es que eso es posible hoy día. 

    Así que oposita, sufrido contribuyente, oposita. Únete al enemigo, paga el precio, y sé un esclavo convencido y feliz.



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