Ángel y Demonio estaban sentados uno frente al otro, a la misma altura. En medio de ellos había una mesa en la que estaba dispuesto todo lo demás. Yo, desde un lugar insignificante de todo lo demás, les pregunté:
—Pregunta —dijo Ángel, mientras que Demonio ni siquiera se dignó a mirarme.
—Quiero saber lo que todos quieren saber. Lo que alguna vez todos nos hemos preguntado. Por eso os pido a vosotros, que podéis ver más que nadie, que me describáis el futuro. ¿Se parecerá al Cielo? ¿Será como el Infierno? ¿Cómo será el futuro?
Ángel iba a responder, pero Demonio se le adelantó:
—Si Ángel me lo permite, yo te describiré el futuro.
Un silencio solemne ocupó aquel trozo de espacio-tiempo, que era el Primer Tiempo. Ángel asintió sin disimular su descontento, y Demonio me miró con cierta indolencia y empezó a hablar.
—Tan pronto os multipliquéis sembraréis la Tierra de fronteras, y en lugar de compartirla viviréis en guerra constante por ocuparla. Arrasaréis bosques y enormes extensiones, y en ellas construiréis arterias de alquitrán y bloques de cemento. Los más afortunados viviréis en jaulas de oro y vuestros hijos crecerán solos, porque madres y padres estaréis demasiado ocupados en conseguir las cosas que vuestras sociedades fallidas dirán que necesitan. Vuestro sistema de vida contaminará los mares y escupirá veneno de sus chimeneas industriales, el aire ya no será tal y os matará poco a poco. Una densa capa de humo será vuestro techo, y el suelo que pisaréis empezará a morir de sed, de modo que el agua será el nuevo oro por el que os mataréis, aunque muchos de vosotros moriréis de enfermedades curables por el mero hecho de no haber nacido en el lugar adecuado. Iréis perdiendo la esperanza y la memoria en favor del miedo y la codicia, y seréis meros instrumentos al servicio del coste y la producción, que tratará de venderos ilusiones que jamás podréis comprar. Vuestros líderes os traicionarán tantas veces como los coloquéis en sus posiciones de poder, y cuando no estén, serán sus hijos quienes continúen con el engaño. Así será siempre vuestra historia —concluyó Demonio, como si hubiera atendido un simple trámite.
Ángel estaba en silencio y me miraba apenado, y yo le pregunté:
—¡El Cielo, Ángel! ¿Puedes describirme el Cielo?
Antes de que Ángel contestara, Demonio volvió a adelantarse.
—¿Es cierto eso, Ángel? ¿Es cierto?
Ángel, avergonzado, bajó la mirada.