10/6/21

38. En el parque de atracciones

    Ah, el parque de atracciones, esa extensa zona multicultural donde acuden en masa sufridores y masocas, dispuestos a hacer una cola interminable bajo un sol inclemente a la espera de su ración de adrenalina. Una vez en el aire, a merced de ese engendro gigantesco y perverso, empieza el vértigo, el mareo y los alaridos, dando paso a las reacciones emocionales y orgánicas.

    En pleno looping, varios ojetes se dilatan, y proyectan por orden numérico potentes chorros de diarrea ascendentes, como una fuente humana de coreografía escatológica. Con la monstruosidad mecánica en movimiento, la cinética y el karma obran su magia y todo ese cuantioso líquido mierdoso cae en las personas que lo originaron.

    Otras, entre súbitos ascensos y descensos —o puede que por la fugaz visión de la mierda abalanzándose—, se desata el paroxismo y en varios pasajeros florece con esplendor el castrati que llevaban dentro. Tal es la intensidad, que más de una mandíbula se desencaja, liberando litros de pota biliosa, que van a parar con gran infortunio a las jetas congestionadas de los pobres cabrones de atrás. A veces pueden ser los duchados con su propia mierda. A pesar de lo marrón del asunto, mejor eso que un vagón saliendo despedido en parábola dirección a tomar por culo con cuatro pasajeros dentro aullando.

    Cuando la tortura acaba y pisan tierra firme, algunos se ponen a andar como si dieran sus primeros pasos fuera del tacatá. Muchos sufren un cambio espiritual, se arrodillan besando el suelo y hablan al cielo en una lengua desconocida para sus familiares. Otros, más sencillos, huyen o se quedan largo rato mirando en lontananza, asimilando su nuevo renacer. Cuando no, se palpan el cuerpo con extrañeza, como si no se reconocieran en él. Los más desafortunados jamás vuelven a tener el cerebro en su sitio, y al resto les desaparece el moreno en sustitución de un color blanco mortaja y se les queda careto de Joker a perpetuidad.

    Lo más increíble es que más de la mitad repiten, con lo fácil que es llevarse bien con la gravedad terrestre.


7/6/21

37. El tatuaje

    Hubo un verano en el que estaba apalancado en la terraza de un bar, engrosando a base de birra el billetaje de la caja registradora. Tras mis lupas de sol desnudaba a toda mujer que pasaba por allí sin hacer discriminación de edad y estampa, lucubrando indecencias carnales que harían palidecer al marqués de Sade.

    Un tipo grande y descamisado salió del bar y se montó, de espaldas a mí, en una moto de esas con las que puedes devorar kilómetros interminables de alquitrán mientras te recreas en el paisaje como si estuvieras asomado al balcón. Echó mano a sus bolsillos y sacó todo lo necesario para liarse un porro, con lo cual pude fijarme en los dos tatuajes que tenía en la espalda.

    En el omóplato izquierdo llevaba dibujada, con rigurosa profusión de coloridos detalles, la vagina de una cerda vietnamita. Debido a las detonaciones de bombas atómicas, que como muestras de poder se realizaron en secreto durante toda la mitad del siglo pasado, las vaginas transmutaron hasta convertirse en delicadas orquídeas. Algunos oligofrénicos las disecan y las colocan en cualquier parte de sus casas a modo de adorno, y otros las exhiben con orgullo y autocomplacencia en la solapa como un broche de distinción. 

    El caso es que aquella muestra de arte epidérmico poseía un no sé qué adictivo.

    Por el contrario, en el omóplato derecho, el tatuaje representaba la imagen infame del santo Cristo del Recto Goloso. Un santo cristo que en lugar de estar frente a los ignorantes feligreses, estaba frente a la cruz con el culo en pompa. Por un lado, tenía la cabeza girada y miraba con un brillo de malévola lascivia. Por otro, alzaba el antebrazo mostrando el dedo medio. En lugar de una corona de espinas, portaba un casco idéntico a los que lucían con prepotencia las uniformadas tropas de las SS.

    Al contrario del otro tatuaje, este presentaba diversas irregularidades e imprecisiones. Según me contó el dueño del bar, a la par que la tarde languidecía, el dibujo se lo tatuó el furriel de la 5.ª de artillería de los regulares de Zaragoza, también llamada La Impertérrita o La impávida, durante una dura y frenética sesión sodomizante de novatos y, como es lógico, el tatuaje salió algo movido.



3/6/21

36. Era muy, muy fea

    Muérete, me dijo desde lo más profundo. Lo pronunció como si de veras deseara que aquella fuera la última palabra que oyera yo pronunciar de los labios de ella y de cualquiera. No la culpo. Lo único que pude decir en cuanto la tuve delante de mí, pese a mi condición de agnóstico, fue un compasivo Dios mío, cargado de sobrecogimiento en cada una de sus sílabas. 

    Tendría que haber utilizado ese tipo de educación inculcada basada en la hipocresía y el falso respeto. El mismo que se exhibe de puertas para afuera para quedar bien porque es lo correcto. Pero fui sincero. Demasiado expresivo. De todos modos, negar la evidencia de aquella disfunción facial era también un acto de irrespeto a la verdad, puesto que en aquel rostro tan maltratado por la genética y el ADN, se ensañaban con fiereza la disparidad y la asimetría. 

    Muérete, me dijo, mientras yo era incapaz de apartar la mirada de su semblante arruinado.


31/5/21

35. Al loro

    Yo soy de los que creen que el arte —sea lo que sea tal cosa—, ya sea escrito, filmado o cantado, no debe encorsetarse ni conocer límites. 

    Blake Harrison y Mark Sloan son dos colegas de Baltimore que deciden unir sus talentos musicales para formar una banda de death/grindcore. Se enorgullecen —y no es para menos— de que son el primer y único grupo de toda la historia de la música con un vocalista aviar. Dicho de otro modo: el voceras es un loro gris del Congo de veintiséis años de edad. Ambos músicos aseguran que Waldo (el loro) es la estrella y líder indiscutible de la banda, de tal manera que sin Waldo al micro, esta dejaría de existir.

    Así pues, Hatebeak (Pico de odio), según declaraciones de sus integrantes humanos, nace con la intención de llevar la música extrema a un nivel superior. Entre 2003 y 2007, Hatebeak graban ocho temas que en 2015 volverían a reaparecer junto con otros temas nuevos en un trabajo titulado The number of the Beak (El número del pico), en el que Waldo hace gala de unos registros vocales nunca antes escuchados en el mundo del metal extremo.

    Temas tales como Beak of Putrefaction (Pico de putrefacción), Birdseeds of Vengeance (Alpiste de la venganza), Hellbent for Feathers (Empeñado en plumas) o The Thing That Should Not Beak (La cosa que no debiera picar) hacen que la prensa especializada compare la música de Hatebeak con el sonido de un martillo pilón moliendo acero.

    Según declaraciones de Mark y Blake, a Waldo le gusta el death y el black metal. Dicen también que posee un repertorio vocal muy amplio, y que cuando se enfada imita a la perfección la alarma antiincendios —lo que no dicen de dónde—. Hatebeak aseguran que nunca han tocado ni tocarán en directo por muy divertido que fuera, por temor a estresar a Waldo, ya que su bienestar es lo principal en la banda, y al fin y al cabo el que manda es él.

    Como veis, la música extrema se adentra en un nuevo e inexplorado horizonte lleno de posibilidades. Caninus ya no existen, pero practicaron un deathgrind de alta factura interpretado por dos Pit Bull muy entregados y talentosos. Los Hatebeak siguen activos y tan pronto Waldo lo ordene volverán al estudio de grabación.

    Quién sabe si en el Ártico, no hay una dupla de esquimales de metal extremo ensayando coros con los estentóreos bramidos de una morsa. O en Calcuta, un grupo de brutal grindcore masterizando los balidos iracundos de una cabra.



27/5/21

34. Vuestra cara es mi cruz

    Con la cara que tenéis por rostro solo podéis pecar. Y no es que esté pensando en el pecado carnal, aunque es inequívoco que muchas de vuestras caras seguro que son un pecado. Esto último lo demostráis en todo momento y lugar sin descanso, infectando las redes sociales como una plaga. Y da igual que poseáis facciones accidentadas, payasescas o arruinadas por un acné purulento. 

    Ni que vuestra mirada sea estrábica y vuestras quijadas de prominencia insolente o desdentadas. Aunque tampoco tiene que ser la cara común de la medianía. Basta con que tengáis una innegable carencia de amor propio, y un deseo de autoafirmación nacido de vuestra penosa baja autoestima.

    La mayoría de la población mundial ha nacido con el rostro de Selfie, y contagiaréis a los que todavía están por ver la luz. Venga de donde venga el rostro de Selfie, siempre trasmite la misma aplastante evidencia de profunda imbecilidad. Porque necesitáis vuestros banales momentos de gloria y el estúpido reconocimiento de vuestra innecesaria existencia, por parte de todos aquellos que os conocen y son tan anodinos y ridículos como vosotros. 

    Os excitan vuestros dos segundos de protagonismo registrados para toda la eternidad, o borrados tan pronto ni siquiera vosotros soportéis la visión de vuestra jeta atentando contra el bien. Estáis tan en todas partes en todo momento que no dejáis espacio ni para el silencio.

    Vuestro maldito rostro es mi cruz; vuestra puta cara, el rostro de Selfie.


24/5/21

33. Momentos de celuloide

    Todos sabemos que la programación televisiva es peligrosa, pero si enciendes la tele solo para ver cine, también corres el riesgo de convertirte en un ser cuadriculado e idiota y confundir realidad con ficción. Pero siempre defenderé que el mundo del celuloide nos ha brindado momentos memorables; grandes momentos.

    No me refiero a cuando Charlton Heston alza los brazos y se abren las aguas. Ni cuando a Leonardo DiCaprio se le están congelando los huevos y Kate Winslet llora y se aspira los mocos. Ni cuando a Vivien Leigh se le quitan las tonterías y por fin logra convertirse en una mujer de provecho, y jura en nombre de no sé quién que nunca volverá a pasar hambre. Ni siquiera es un gran momento aquel en el que Rita Hayworth se lleva un guantazo por parte del bueno de Glenn Ford.

    No y no; eso no son grandes momentos: son momentillos que te provocan bostezos o ganas de irte a la nevera a por una birra. No obstante, hay momentos infravalorados por las masas, que ilustran de manera acertada y contundente incómodas convicciones patriarcales. Conductas primigenias que con una buena consonancia entre las palabras y la imagen, dotan al fotograma de una belleza fílmica no solo innegable, sino inmejorable.


20/5/21

32. El rey que abdicó. Biografía breve

    Una mañana, una tarde, o una noche de un día cualquiera, nació un bebé con la sangre de color azul y con una flor en el culo. El bebé creció y en plena mayoría de edad mató a su hermano pequeño de un pistoletazo en plena tocha; y es que nadie le dijo que con las armas no se juega, que las carga el diablo. Censurado este incidente por el fascismo de tiempos pretéritos e ignorado adrede por el fascismo de tiempos presentes, el rey que abdicó fue cumpliendo años.

    El rey que abdicó, siendo ya una persona de enorme improductividad  y de dicción torpe, se casó con una griega de rostro difícil. Carente de ímpetu, cubrió y preñó por instinto a dicha mujer para la perpetuidad del linaje. La cópula Real dio origen a tres nuevas vidas parasitarias: dos hembras y un macho. 

    Cabe destacar por su importancia histórica, que una de las hembras es de neuronas vagas. La otra nunca sabe nada, nunca recuerda nada y nunca le consta nada. La hija de neuronas vagas se casó con un hombre de andares vacilantes y rasgos alelados, apellidado Marinosequé. La otra, con un cabrón codicioso, alto y espigado. El macho se ha dejado barba y se casó con una mujer anoréxica a la que convirtió en experiodista.

    El rey que abdicó, no obstante, tiene aficiones que requieren de cierto desgaste físico. Por ejemplo, los días de verano se aventura a surcar los mares y muy de vez en cuando estampa su jeta contra el suelo; a veces incluso se tronza algún hueso. El rey que abdicó, ya en una edad avanzada, quién sabe si para evocar tragicómicos tiempos de juventud, ha desarrollado una siniestra adicción por el gatillo, es por eso por lo que se ha convertido en un reputado caza elefantes.

    Una mañana, una tarde, o una noche de un día cualquiera, el rey que abdicó a lo mejor se muere.


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