18/12/25

509. El rito secular

    Después de tres o cuatro días de borrascas reparadoras, las calles húmedas despiden un brillo correoso al contacto intangible de la luz eléctrica. Las zonas públicas de la ciudad que los sintecho eligen para quedarse están iluminadas por haces de luz amarillenta y cálida. Quizá es la única manera que tienen de sentirse acogidos. Ninguno de ellos arrastra su desamparo por las áreas industriales. Esas zonas que en las fechas señaladas quedan solitarias y silenciosas, y por la noche son alumbradas por la luz fría y azulada de la soledad, donde ningún empresario les ofrecerá nunca una oportunidad. 

    Pero la ciudad, en su impasible indiferencia, también acoge en sus entrañas de hormigón y acero a los afortunados que tienen una vida feliz, o una vida. La semana que viene veré a esos alegres seres hacerse fotos con Papá Noel. El impostado anciano regordete vestido de rojo y blanco —porque así lo quiso consolidar Coca-Cola en los años treinta— sostendrá con su mano enguantada una campanilla que hará sonar en las entradas de los comercios medianos y grandes almacenes a la voz de «¡Jou, jou, jou!», «¡feliz Navidad!». Y los sonrientes dueños de esos negocios se fregarán las manos y pensarán para sus adentros: «¡Entrad y comprad, comprad, comprad!».

    El rito secular, tradición cíclica maldita, ya estaba dispuesto para obrar en nuestras vidas felices e infelices.



15/12/25

508. Los últimos días

    Cuando los veo caminar, me veo a mí mismo dentro de unos años. Transitan a la velocidad de la ultralentitud, agarrados a un brazo joven o sostenidos por un bastón. Eso en el mejor de los casos. Si el viento arrecia, ni siquiera se aventuran a salir, y si ya están en la calle, se detienen o buscan el resguardo de una pared amiga.

    Lo que más captura mi atención son sus miradas. Algunas incluso me sobrecogen por su vaguedad. Miran como si todo les fuera desconocido y nuevo; como si se encontraran desubicados en tierra de nadie. Quizá sienten que ya no pertenecen a este mundo, o que este los aparta a empellones hasta relegarlos en un rincón.

    Sus bocas casi siempre están abiertas. Dicen mucho sin pronunciar palabra, y sus manos apergaminadas tiemblan. Yo los veo a pesar de que parecen invisibles a ojos de los demás. Y en las tardes oscuras de invierno, cuando el entramado lumínico navideño funciona a pleno rendimiento, percibo el tenue fulgor de sus auras moribundas.




12/12/25

507. Descreimiento

    Yo, pese a mi descreimiento generalizado, creía en Muerte. Pero mi fe en ella se ha debilitado, porque se ha llevado —y en tan solo dos días— la vida de Roberto Iniesta y Jorge Martínez, antes que la de Nacho Cano y José Manuel Soto. ¿Es que no se da cuenta de que el mundo necesita mucho más a los macarras y antihéroes que a los boceras y populacheros?



10/12/25

506. Confesiones

     Entré en la iglesia de piedra cuando ya era de noche. El interior estaba levemente iluminado por la temblorosa luz de unas velas dispuestas a lo largo de las frías paredes. En el centro del extremo opuesto a la entrada, un enorme crucifijo de madera antigua se erguía en un soporte elevado.

    Me senté en la bancada más alejada de la imponente cruz. Así no tenía que levantar la cabeza para comunicarme. Cerré los ojos, y con profunda veneración rememoré mis actos de hace una hora. Al rato los abrí desprovistos de toda emoción y le comuniqué al crucifijo que le enviaba tres nuevas almas de las que ocuparse.

    Una vez más salí de la iglesia, en paz con la negrura de mi corazón. Y de nuevo me sentí reconfortado a pesar de mis numerosos crímenes.



8/12/25

505. Comunidad de vecinos

    Supongo que cualquiera de los que vivimos en un bloque de pisos tenemos vivencias, risibles o no, de lo que acontece en las reuniones comunitarias de propietarios.

    A mí me hace reír una vecina —es soltera o viuda— que, cada vez que le toca por rotación ser la presidenta de la comunidad, o ejercer alguna función de responsabilidad vecinal, arguye que no puede desempeñarla porque —según sus palabras— ya es grande para esas cosas. Aunque la realidad muestre día tras día que está en óptimas condiciones mentales y físicas. 

    La muy picaruela, que gusta de vivir en la despreocupación, pero que todo se haga como es debido, lleva con ese escueto argumentario unos doce años y, dada nuestra permisividad, le ha funcionado. Y ahora mismo el inevitable paso del tiempo no solo le garantiza la continuidad de su éxito, sino que también le da la razón, ja, ja, ja, ja.

    Sin duda, ha sido una jugada larga y maestra.



5/12/25

504. Sangre en el campo

    Después de treinta años de inactividad, un mal africano que se creía erradicado asola de nuevo a nuestros jabalíes y gorrinos. Esta vez, el virus ha rebrotado en Cataluña con saña inusitada. Tanto es así, que no puedo dejar pasar la oportunidad de presentaros un proyecto musical de unos entrañables amigos sardanistas. Desde el 2003 hasta el 2014, la unión de sus innegables talentos se tradujo en cinco trabajos discográficos que han quedado para la posteridad.  

    ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra?, os preguntaréis. Y yo os contesto que, dada la truculencia de las letras y el nombre del grupo, todo.




3/12/25

503. Lejos de lugares extraños

    Mi destino fue que de adulto me ganara la vida en las profundidades de la Tierra. No rockeando en la radio ni en un vídeo por haber triunfado en el mundo de la música. Nada más lejos de la realidad.

    Tuve ayer una epifanía en un momento oscuro, en la que me vi con siete años de edad montado en una bicicleta. Me envolvía un aura resplandeciente, el viento agitaba mis cabellos y mis ojos destilaban inocencia. Quise entonces, con todas mis fuerzas, regresar a ese espacio en el tiempo donde no existía la mentira, todo era fácil y no había nada que entender.

    Ridículo, nostálgico... Qué más da. Ahora solo quiero que los pequeños Danny y Lisa lleguen hasta mí con su canción, me tiendan la mano con una amigable sonrisa y me alejen tanto como puedan del hoy y de lugares extraños.



1/12/25

502. Cíclica sensación olfativa

    Respira hondo cuando salgas a la calle. ¿Lo hueles? Yo lo huelo incluso dentro de casa. Se cuela por los respiraderos, debajo de las puertas y por la ranura de la cinta del recogedor de la persiana. Incluso se abre paso a través de las cubiertas de los altavoces de la televisión y la radio si no las apago. 

    Hasta la jodida Alexa, que no tengo, lo huele.

    Es una sensación olfativa que se manifiesta en diciembre año tras año y produce en la ciudadanía sentimientos dispares. Si lo sientes como un aroma, augura reencuentros y alegría. Para quien lo considera peste, preludia hipocresía y tristeza. ¿Es que no lo oléis? ¡Se está acercando!, ¡se está acercando!



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