29/7/24

363. En la piscina 2

    Ahí estaba Demenciano, de pie bajo una sombra, luciendo un bañador amarillo sembrado de pequeñas estampaciones negras con forma de pato. Su anatomía fantasmal, blanquecina y escuálida, destacaba con anormalidad entre la orgía de cuerpos calcinados y rosados, de panzas adiposas y extremidades celulíticas que se manifestaban ante su turbia mirada.

    Todos aquellos seres estaban repartidos por las cuatro piscinas del complejo. No había entre ellos muchas féminas dignas de ser penetradas, y sí muchos hombres que a partir de cierta edad causaban más rechazo que deseo. Aunque eran más las marujas decrépitas de sesenta años, y los críos odiosos de diez para abajo, los que infestaban aquel panorama antierótico recalentado de sol.

    Pensó Demenciano que hubiera sido bueno para su plan hacerse con la llave que abría la sala de bombas y, una vez dentro, joder los filtros, sabotear el sistema de cloración y depuración, y convertir aquellas aguas recreativas en un gran criadero infeccioso de bacterias y gérmenes, para que todas aquellas personas felices y despreocupadas, amanecieran con cólicos, irritaciones respiratorias y erupciones cutáneas.

    Hubiera sido la venganza perfecta pero no era necesario correr riesgos, ya que Demenciano llevaba dos días aquejado de una leve diarrea, y no tenía más que sumergirse hasta la cadera en el agua de las cuatro piscinas, y a lo largo y ancho de las mismas, dejar ir a voluntad y sin mucho esfuerzo, una cantidad irrisoria de materia fecal líquida para una contaminación efectiva y desapercibida. 

    De modo que eso hizo, entre el bullicio estival de los bañistas, a los cuales sonrió y saludó sin levantar sospechas. Terminó al cabo de una hora, complacido de saberse un infortunio para toda aquella aglomeración de víctimas propiciatorias. Y ya en su casa, con tan complaciente expectativa, se durmió Demenciano al caer la noche sin actividad sexual vecinal que lo perturbara.

    Al día siguiente despertó descansado y con muy buenas sensaciones. Bajó al bar próximo a almorzar sus dos litros de cerveza de siempre y se hizo con un ejemplar del periódico local. Leyó en primera página que a última hora de la tarde de ayer, hubo que desalojar la piscina, pues sus aguas habían sido contaminadas por un parásito resistente al cloro, del cual se contagió la mitad del censo del pueblo, provocando el colapso total del centro de salud. 

    Demenciano, acodado en la barra y observado por la sobrecogida concurrencia del bar, carcajeó durante largo rato con estridencia y a mentón alzado, como un villano de película de serie B. Y tal y como nos enseñó Roberto Benigni en 1997, en aquel momento también creyó Demenciano que la vida era bella.



25/7/24

362. En la piscina

    El sol de julio brillaba con intensidad despiadada. Demenciano estaba despierto y no había pegado ojo. Y no por la calor, no. A Demenciano le encantaba el verano, pero los vecinos no habían parado de follar en toda la noche, y los intensos chillidos de rata proferidos por la mujer, lejos de ponerle cachondo, le habían taladrado los tímpanos hasta límites inenarrables.

    Luego, una hora antes de las primeras luces del alba, justo cuando los vecinos se dieron por bien follados, empezaron las consabidas sirenas, los imprescindibles servicios de limpieza urbana con su barredora industrial, los currantes mal pagados del martillo neumático, y más tarde, el incesante vocerío de los infantes jugando en el parque de la comunidad.

    Demenciano se levantó de la cama, se miró en el espejo y vio rayos y truenos. Eso no era bueno. Demenciano necesitaba dormir siete u ocho horas seguidas para comportarse como una persona normal. Así que decidió ir a la piscina de su barrio para tranquilizarse. Eso estaba bien, sí. Todavía quedaban cosas públicas en la ciudad, aparte de la biblioteca, claro. Solo que la biblioteca jamás se masificaba. 

    Aquel complejo de aguas recreativas era un lugar de proporciones olímpicas, húmedo y sudoroso. Demenciano se había resistido a ir hasta la fecha, pero la playa, ese páramo arenoso intoxicado de residuos orgánicos e inorgánicos, hacía tiempo que dejó de ser una opción de refrigeración.

    Demenciano no había comprado el abono de temporada, así que tendría que desembolsar un grueso considerable al joven que había en la garita de cobro, no sin antes golpearle por semejante robo. Pero vio que aquel simpático muchacho tenía limitadas sus capacidades cognitivas, de modo que controló sus nervios y pagó cagándose en todas las vírgenes consagradas. 

    Cientos de cuerpos de edades dispares se apiñaban en el agua y en el césped marchito. Adultos que reían y gritaban, y niños que reían, gritaban y lloraban. Demenciano tuvo la impresión de que tranquilizarse en aquel ambiente no iba a ser fácil. Por lo pronto, optó por cobijarse en una zona con sombra, pues estaba enemistado con la radiación solar.

    Y al rato de estar tumbado, tuvo una gran idea.

    Un plan criminal.



22/7/24

361. Flor de verano

    Al capullo nato e innato no le importa que lo llamen capullo. Lo es, y bien dicho está. El capullo sabe que toda flor que se abre por vez primera, antes era un capullo. Por lo tanto, todo capullo encuentra su flor. Tanto es así, que tú, por muy capullo que seas, también encontrarás tu flor, pues no hay flor sin capullo, capullo.

 


18/7/24

360. Momentos 2

    Hacía unos dos años que no nos veíamos, cuando, quién sabe si por casualidad o causalidad, escogimos el mismo momento de aquel día para ir a comprar al mismo supermercado. Tampoco es que hubiera alguno más abierto, y quizá el romanticismo murió hace tiempo.

    El semáforo de peatones se puso en verde y cruzaste la carretera con paso apresurado, como si en aquel momento no te importara nada más. Llevabas el cabello suelto, agitado por el viento como la llama de una antorcha, y las gafas de sol con la que protegías tus ojos eran enormes, aunque no conseguían ocultar la seriedad de tu cara. 

    Puede que incluso la acentuaran.

    Me pregunté por qué estabas tan seria, y en pocos segundos cubriste la distancia que te separaba de la entrada, y te perdí de vista. Yo solo tenía que andar por la acera unos pocos metros y girar a la izquierda. Y eso hice, sin saber que eras tú la mujer que en aquel momento consideré una de tantas, inalcanzable y lejana. 

    Entré pocos segundos después de ti, y tan pronto coincidimos uno al lado del otro en la sección de la fruta, me saludaste al instante. Entonces te vi, sí, y me sentí un idiota por no haberte reconocido en la distancia. 

    Tú lo habrías hecho de inmediato, estoy seguro.

    El paso del tiempo, pese a la evidencia de su inevitabilidad, no nos había tratado del todo mal. Tu forma de gesticular, de hablar, y tu amplia gama de expresiones faciales seguían siendo las mismas. Quise creer entonces que quizá hay cosas que no cambian, y me vi trasladado ocho años atrás cuando nos conocimos en aquel pub.     

    Aquella noche me contaste que habías finalizado una relación con un psicópata. Al día siguiente nos fuimos a cenar, y no volvimos a vernos hasta seis años después, en un concierto. Entonces ibas acompañada de un tipo al que me presentaste. Tu novio me cayó bien, y en un momento de intimidad me confesaste que antes de salir con él habías sufrido otra ruptura sentimental.

    Aunque no con un psicópata, menos mal. 

    Volvieron a pasar dos años más hasta que, sin pretenderlo, hemos vuelto a reencontrarnos. Siempre pensé que si volvía a verte, sería en cualquier otro lugar que no fuera el supermercado que abre los días festivos. Pero las cosas nunca ocurren como las imaginamos, y así de poco controlamos todo.

    Tampoco es que nos hayamos contado mucho, y es que a lo mejor teníamos poco que decirnos. Apenas hemos necesitado un minuto para ponernos al día, y saber que no ha ocurrido nada emocionante en nuestras vidas. Que tú has cambiado de trabajo y te has mudado a un kilómetro y medio de mí, y que yo sigo viviendo en la misma dirección a la que accediste llevarme la noche que nos conocimos.

    Que yo sigo apegado a mi soledad, y tú vuelves a estar sola otra vez.



15/7/24

359. Inodoro mundial

     A estas alturas del verano, muchas familias, parejas, amistades y almas solitarias, ya se habrán ido a infestar las playas. Y en sus aguas, además de flotar como boyas y bracear con torpeza, sonrientes y cómplices también se habrán cagado y orinado. Cuando no, y sin inmutarse, habrán enterrado colillas en la arena y abandonado compresas y condones usados al capricho hipnótico y sedante de las olas.

    De dónde vendrá ese irrespeto por uno de los reclamos poéticos más manidos.


    

11/7/24

358. Asilvestrados

    Da igual cómo lo llamen. Si Mosh Pit, Circle Pit o Wall of Death. En los treinta y tres años que llevo de conciertos —ya sean aislados o en festivales— he presenciado cientos de esas manifestaciones brutales, intensas y sobrecogedoras. 

    Cuando era joven también participaba y siempre cumpliendo las reglas. Primero: nadie mete a nadie en la vorágine a traición. El que se mete es por voluntad propia y sale del centrifugado o colisión humanas cuando quiere. Segundo: si alguien cae durante la barbarie no pasamos por encima ni lo barremos cual despojo: levantamos el cuerpo, comprobamos que sigue con vida y lo apartamos (todo eso en pocos segundos y a la carrera).

    Lo antedicho, con según qué grupos ese respeto por la vida y la integridad física no se da como debiera, pues se desata una especie de Capoeira letal cuya premisa es: si te metes, tú mismo. Es tal el nivel de salvajismo, que a veces el cantante ha de intervenir para apaciguar a las bestias. Sobre todo ocurre en salas pequeñas convertidas en ollas de presión.

    Pero lo que entraña verdadero peligro es cuando estás en el supermercado en hora punta, y una cajera anuncia, sin mirar a nadie en particular y con el miedo en los ojos, que nos pongamos por orden de cola en la caja que va a abrir.      

    Ahí no hay quien te salve ni camaradería alguna.



8/7/24

357. Peluquería vs barbería

    Todos y todas, poco o mucho, alucinasteis con Eduardo Manostijeras cuando se ponía a cortar cabello humano y pelo animal. Parecía no tener rival, pero considero, y con mucha seriedad, que Fígaro está un par de escalones por encima. Esté en Sevilla, Burundi o Dagobah, Fígaro es el amo del corte sin sangrado. Es decir: estético.



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