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4/12/23

297. Petronila se las ingenia

    Petronila, como todo ser humano normal, era presa de irresistibles apetencias sexuales. Pero la última ramera del mundo había muerto y ella era más fea que el contenido del pendrive de un pederasta. Tan sólo los animales se acercaban a ella —y no todos—, mientras que los humanos ni siquiera osaban tocarla con un puntero láser.

    Ella no tenía inconveniente alguno en reconocerse como el antónimo personificado más superlativo de la belleza, pero de nuevo debía recurrir al onanismo para poder orgasmar, y ya no le bastaba con la sobrada habilidad de sus dedos. Además, era domingo, y todo el centenar de engendros masturbatorios que utilizaba para tal fin se habían quedado sin pilas, y el establecimiento más cercano donde poder comprarlas estaba a kilómetros de distancia.

    Pero como es bien sabido, la necesidad agudiza el ingenio y este no está reñido con la fealdad. Petronila desempolvo su viejo Nokia 3310 y lo enchufó a la toma de corriente. Cuando estuvo cargado lo  embutió en un guante de látex embadurnado con lubricante acuoso de alta calidad, y se lo introdujo en el coño. Luego cogió el teléfono supletorio y empezó a llamarse así misma una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.

    Una y otra vez se llamó Petronila así misma, con la obsesión enfermiza de quien derrocha liquidez en las líneas eróticas, hasta que el placer multiorgásmico la convulsionó con salvajismo y la vació en torrenciales oleadas eyaculatorias. Entonces, llena de satisfacción y con un brillo mágico en la mirada, Petronila fue recuperando la compostura y bendijo a Antonio Meucci y a las compañías de telefonía móvil.




    

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