29/7/21

52. Los mulos

    En el año 92 el infortunio se cebó conmigo por partida doble: tuve que hacer el servicio militar y encima en el peor de sus departamentos.

    Me destinaron al cuartel de artillería Alfonso I de Huesca. Un reducto polvoriento, ahora desaparecido, de un blanco enfermizo. Después de la jura de bandera me derivaron a lo que los mandos llamaban la siempre noble y sufrida sección de acemileros. Aunque para los reemplazos pasados, presentes y futuros, aquella mierda se conocía con el simple nombre de «Los Mulos»: la sección más putesca, guarra e insalubre de aquel lugar carcelario. Y no es que quiera parecer traumatizado, pero por más que pasa el tiempo no me quito de la cabeza a esas putas bestias del Señor.

    Dicha sección animalesca la conformaban seis o siete caballos y una veintena de mulos —contando yeguas y mulas—. De los caballos nada voy a decir, salvo que son animales bellos y nobles. No así como sus parientes híbridos, viles y resabiados, divididos en tres grupos en función de su comportamiento con el humano: la pieza azul, la roja y la amarilla.

    En la pieza azul se agrupaban los mulos mansos: aquellos que no entrañaban ningún tipo de peligro. Los de la pieza roja eran indóciles y reacios a la colaboración: requerían cierto desgaste para doblegarlos. Y por último estaban los de la pieza amarilla: bestezuelas hijas de la gran puta de hostilidad manifiesta e impredecible.

    Para que los mulos se cansaran y soltaran presión, una vez al mes eran liberados en un campo de hierba —del tamaño de la Razzmatazz— que había en un extremo del cuartel, delimitado por cuatro paredes de ladrillo medio derruidas y con una sola entrada. Era la hostia ver a una veintena de mulos descontrolados como si estuvieran de fiesta, atropellándose entre ellos en una orgía de coces, resoplidos y rebuznos disonantes.

    Pasados quince minutos, cuando se suponía que estaban cansados, entrábamos a por ellos para llevarlos al abrevadero. Empezábamos por los de la pieza azul, que sin más se dejaban poner la cabezada con sumisión. Luego íbamos a por los de la pieza roja, a los que teníamos que perseguir con insistencia y actuar con determinación a fin de que no percibieran titubeo en nuestros gestos. Cuando íbamos a por los mulos de la pieza amarilla —éramos cinco contra cuatro—, lo hacíamos gritando como si nos alentara el jodido William Wallace, reduciendo el hecho a una contienda bárbara entre hombre y bestia. Pero la situación derivaba en una épica de cuatro pares de cojones.

    En aquella ocasión el primero en caer fue el acemilero Turbo —todo lo hacía en ultralentitud— que al tiempo que parpadeó, fue desplazado de su realidad cual muñeco por un golpe de lomo de Lanjarón (La muerte negra). A su vez, el acemilero Chinchilla —un esqueleto viviente trajeado de bimeta— desapareció de su plano existencial al paso de la corriente de aire que provocó Egregio (El superloco). Guridi —sin rasgos destacables—, en un intento adrenalínico de esquivar a Egregio, saltó montándose a lomos de Endestada (La barbitúrica) y esta lo mandó a tomar por culo con un quiebro de pescuezo. A lo lejos el teniente exclamó: «¡Botiquín!». En su caída, Guridi interceptó al Jivia —un recluta achaparrado que solo tenía pecho y brazos— que huía de la quijada sonriente de Tertulia (La placadora). El Jivia perdió el equilibro y a punto estuvo de caer junto con Guridi, pero Tertulia lo evitó fintando en el aire y coceándole la rabadilla en oblicuo. Al tiempo que el Jivia se elevó en contradirección de la gravedad, Turbo reapareció cojeando y gritó: «¡Cuidado Jivia, la placadora!». Por mi parte, sentí una especie de vibración en la oreja, propiciada por el hijoputa del Lanjarón, en un intento fallido de cocearme el colodrillo en un gesto perpendicular, aunque solo atinó a quitarme el cerumen por inercia. No así como la huevada del reaparecido Chinchilla, que se contrajo en un órgano minúsculo al ser castigada por Endestada, en una coceada mortal de 360 grados. Por encima de los gemidos y rebuznos, el teniente repetía: «¡Botiquín, hostia santa!».

    En fin, y para no abundar en la violencia gratuita tipo Tarantino, los mulos de la pieza amarilla cesaban su castigo cuando tenían sed y accedían por voluntad propia a que los lleváramos al abrevadero, y no de otro modo. Y al mes siguiente volvía a repetirse el mismo cuadro. Aunque más que un cuadro, parecía una viñeta de los tebeos de Mortadelo y Filemón.



26/7/21

51. Reclutas patosos en Orden Cerrado

    Una de las múltiples vejaciones a las que me sometieron mis captores en el servicio militar, no Usía ni Vuecencia, pero sí el comandante y sus cruzados trasnochados de menor rango, se llamaba Orden Cerrado. Aquella imbecilidad obligatoria consistía en que todos los secuestrados, a las órdenes del nacionalista con galones y según se le antojara a izquierda-derecha, derecha-izquierda, media vuelta, ¡paso!, y demás combinaciones idiotas, debíamos desplazarnos sin destino aparente, por toda la polvorienta superficie del cuartel en una adocenada agrupación cohesionada a la perfección. Aquella coreografía ridícula, adiestramiento previo a la jura de bandera, era diaria y de duración indeterminada, pero larga, siempre larga.

    De todos los recién acuartelados de mi reemplazo, había cuatro o cinco patosos, pero no por ello estúpidos como eran considerados por las voces de mando, que siempre perdían el paso y a veces ni siquiera eso, puesto que no había modo de que lo pillaran. Ante tanta torpeza manifiesta, la cólera de los mandos inferiores se desataba como copias esperpénticas del Sargento Hartman.

    Tanto era así, que el comandante, quién sabe si para dejar de sentir bochorno por sus delirantes adiestradores o sus sufridos subordinados, decidió que tenía que dirigir unas palabras de aliento a aquellos reclutas desmañados. Fue tan risible su soflama, que aún hoy la tengo en la cabeza y aquí y ahora inmortalizo para disfrute o disgusto del que lea.

    —A ver, cuando pierden el paso, no solo me tocan los cojones a mí, sino que también se los tocan a todo el regimiento. ¡Y ya está bien, que lo que hacemos aquí no es tan difícil! ¡A mí y a mi regimiento nadie nos toca los cojones, y menos cuatro catalanes que vete a saber tú cómo coño aprendieron a andar! ¡Qué hostias les dan de comer allí aparte de la cebolla esa! ¿Qué pasa, que no les importa la jura de bandera? ¿Es eso? ¿Son más importantes las olimpiadas que la jura de bandera? Porque si es eso, dan ustedes un paso al frente y regresan a su puta casa. Y si se quedan, que sea para aprender a desfilar. Porque es que si resulta que ni dan un paso al frente y ni aprenden a desfilar... va a resultar lo que siempre he pensado. ¿Y saben lo que es? ¡Que en Cataluña solo hay drogadictos, putas y maricones! Y como todavía no tengo claro qué son ustedes y tampoco dan un paso al frente, serán adiestrados aparte a ver si tienen cojones de demostrarme que no tengo razón. Porque de momento, ustedes cuatro son unos maricones. ¡Unos catalanes maricones!...

    En los días posteriores a tan ramplona arenga, los reclutas patosos ya no lo fueron tanto y no volvimos a presenciar episodios de ira en ese sentido.

    La puta jura de la puta bandera de puta España se llevó a cabo sin percances.


22/7/21

50. Gracias y enhorabuena

    Se acabaron las vacaciones, ya sabes, ese breve espejismo de libertad con fecha de caducidad. De nuevo vestir el uniforme de esclavo. De nuevo la obediencia, la sumisión y el sometimiento del corazón y el espíritu. Otra vez supeditar la vida a un horario y un calendario. Otra vez renunciar por falta de tiempo. Otra vez tener que aguantar a gilipollas y gilipolleces.

    Gracias a todos: burguesía, política, capitalismo, religión, Gran Hermano... Gracias.

    Gracias por servirnos una variada macedonia de mierda multicolor en alta definición y en pantalla panorámica con la que poder entretenernos. Gracias a los del alzacuellos por ofrecernos algo en lo que creer. Gracias por una policía que protege y sirve apalizando al manifestante y disparando al negro. Gracias por una prensa imparcial, plural y honesta, que me recuerda una y otra vez que cualquiera no afín al régimen votado es muy malo. Gracias por un cuarto poder amarillista que siempre me informa de lo que de verdad importa.

    Gracias por el inmejorable funcionamiento de vuestra justicia: los de Alsasua son terroristas y tienen que estar encarcelados y Julian Assagne es una amenaza internacional. Gracias también por vuestra refinada cleptocracia. El emérito os lo agradece desde algún lujoso lugar donde morirá de viejo e improductividad, riéndose de puta España, de sus putos patriotas y de todo dios. 

    Su hija absuelta también os lo agradece desde Suiza, mientras se pajea con una sonrisa de oreja a oreja a la espera de que llegue su honrado marido loco de abstinencia y la cubra de deseo, que se ve que tiene que pasarse seis años en la cárcel. Sí, claro. Gracias.

    Pero sobre todo enhorabuena.

    Enhorabuena por una trampa secular tan bien elaborada y duradera en la que todos hemos caído. Enhorabuena por lograr que nos creamos que es imposible salir de ella y que os necesitamos. Enhorabuena por conseguir que creamos que nunca podremos darle la vuelta a todo vuestro gran chollo. Enhorabuena por conseguir que nos matemos a hostias siglo tras siglo mientras vosotros miráis desde lo alto de la pirámide. Enhorabuena por convertirnos en una masa adocenada, cobarde y acomodada en su propia mierda.

    Gracias y enhorabuena, hijos de puta.


19/7/21

49. Traje de luces

    Si alguna vez asistiera a esa aberración llamada fiesta NAZIonal y lograra abstraerme de su sangrante proceso, disfrutar de ello, aplaudirlo y encima llamarlo fiesta, habría llegado el momento de ir al médico. El animalico, aunque en desventaja, se defiende, y a veces, la justicia poética obra su encanto y consigue que el traje de luces luzca mejor cuando está ensangrentado con la sangre del sanguinario que lo viste.



15/7/21

48. Nuevo canon de belleza

    Conocidas criaturas como el Yeti o Chewbacca, también deben tener la oportunidad y el derecho a encontrar a su media naranja, lo que implica que es de rigor que existan mujeres peludas y, en definitiva, de apariencia simiesca. Estoy a favor de principio a fin, con las mujeres que en libertad y sin que nadie ni nada las empuje a ello salvo ellas mismas, deciden practicar la desidia de la depilación, campando por la tierra, atrevidas, osadas y vehementes, con los sobacos más poblados que el continente asiático y el coño más tupido que la selva amazónica. También tienen y deben tener cabida en esta sociedad abyecta y prejuiciosa, sin que se las repudie por mucha animadversión y asco que provoque el mirarlas. Así que, sin más que decir, vamos a pisotear y quemar los excluyentes y clasistas cánones de belleza. Al igual que aceptamos a las mujeres monas, hagámoslo también con las mujeres mono, y enfoquemos nuestro rechazo e ira contra corporación dermoestética, que en cuanto nos descuidemos acabará con el significado de follar a pelo.


12/7/21

47. Último destino estival

    Estamos en época estival, ya sabes. Ese periodo de tiempo de dos o tres semanas —cuatro a lo sumo— que la burguesía y el Estado acordaron para que te sientas un poco más libre; para que creas que te respetan; para que ames tu esclavitud. Es probable que lo hayan conseguido. Pero es tu momento y tienes que escapar. Tu piso cada vez se hace más pequeño y sigues sin saber a dónde ir a tocarte los huevos o el higo, que tanto da. Llamas a la recepción del hotel Overlook y una voz te informa de que no quedan habitaciones disponibles. Flipas de que haya gente tan chiflada como tú, pero entiendes que todos necesitamos evadirnos de la rutina que nos consume y merma.

    Los hoteles más cotidianos, costeros y de montaña, están al cincuenta por ciento y con restricciones. Eso te plantea dudas; bastante limitación tienes ya en la servidumbre laboral. Sabes que playas y montañas están contaminadas de meadas, mierda, compresas, plástico, envases de hojalata y preservativos llenos de vida no nata. Eso despeja tus dudas y sigues buscando. Tiene que existir algún rincón no masificado en ese gran estercolero de la Vía Láctea en el que sobrevives. Pero no encuentras nada y Shangri-La no aparece en Google Maps, a pesar de que yo te escribo desde ese idílico paraje.

    Estás al borde de la desesperación y empiezas a mirar con insistencia el pote de pastillas caducadas del lavabo, pero no te precipites. Existe una aldea de nombre risible, perteneciente a la puta España negra y profunda, que te recibirá con los brazos abiertos. Ubicada en medio de la nada extremeña, ciento tres personas conviven entre fantasmas y con el recuerdo imborrable de una matanza sanguinaria y violenta nacida de la venganza y el odio. No lo pienses más, es tu sitio: un villorrio apacible y hospitalario alejado del cemento y el ruido donde el tiempo parece detenerse. Un lugar en el que perdura el eco de una historia trágica entre dos familias enfrentadas.

    Tienes que escoger: quedarte en tu casa o ir a ese lugar. 

    Tienes que escoger... 


8/7/21

46. Coronavirus 1 - Sanfermines 0

    Qué putada que los Sanfermines no se puedan celebrar como manda la puta tradición. Es una pena muy grande no poder vivir en primera persona la degeneración aborrecible de días tan señalados. Con lo que mola ver a sus chicas desinhibidas enseñando tetamen con una amplia sonrisa —¡se mira pero no se toca, puto salido!—. Y sus manadas con la polla al aire haciendo el imbécil a nivel planetario. 

    Qué profunda desilusión no poder disfrutar del espectáculo que supone ver a borrachos y borrachas vomitar en cada jodida esquina en actitud grupal como una gran familia de desquiciados. O el folleteo nocturno y al aire libre, pasado de vueltas, en los adoquines de las estrechas callejuelas, rebosantes de meadas y mierda. 

    Qué será de mí al no poder disfrutar este verano de la bravura del toro, cada vez que pasa por encima de esa panda de garrulos vestidos de rojo y blanco, tronzando huesos, músculos y cartílagos. Qué será ahora de una Pamplona limpia de escoria humana, basura y sin ganancias. Yo necesitaba ver una sucesión de bellas y elegantes cornadas. Necesitaba ver los cuerpos de los corredores despegarse del suelo como putos guiñapos desmadejados.

    Necesitaba encontrar algo de cordura entre tanto execrable primitivismo.


5/7/21

45. Hotel Overlook

    Se acrecienta más y más mi atracción por los pasillos. Largos y solemnes como una oración. De silencios crispantes y angustiosos. De penumbras diáfanas proyectadas en impar. Pasillos iluminados y pulcros recorridos en un triciclo a pedales. Las gemelas al fondo cogidas de la mano. ¿Y qué hay tras las puertas cerradas? Colchas verdes de camas sin hacer donde en cada pliegue hay una mueca de dolor. El olor de las naranjas. La máquina de coser de Lautreamont. Muertos en bañeras salpicadas de sangre. Detrás de las puertas del pasillo, a uno y otro lado, hay dormitorios, cocinas y lavabos ausentes de vida. Y gente de otro tiempo que devuelve tu saludo de un modo cinematográfico mientras una voz los presenta en off. Pasillos mudos en los que pedalea un niño en un travelling inquietante. Pasillos cubiertos con el púrpura de la muerte. Redrum... redrum... redrum... Y aunque es hijo único, exclama aterrado: ¡Yo no he sido!



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